Ainsa - Bilbao

 Verano 2021


¿En serio que te vas 10 dias con la bici? Esta pregunta la escucho varias veces todos los años. No conozco a nadie que haga lo que yo todos los veranos que puedo. Bueno, a excepción de mis amigos que hacen lo mismo. Unos mayores, otros un poco más jóvenes, pero todos ya talluditos. Y cuando cuentas que muchos de esos dias van a ser durmiendo, en muchos casos, en la calle, te miran raro y me preguntan que porqué hago eso. No tengo una respuesta clara: porque lo paso bien, lo paso mal; disfruto con mis colegas y otras veces no tanto; conozco sitios nuevos desde la mirada más pausada de la bici, otros apenas los vislumbro en bajadas vertiginosas; duermo mal un día en la calle, otro mejor en un albergue todos apiñados.. y viceversa, porque este año también he dormido bien en la calle. Al final creo que es porque es una experiencia total donde se combina turismo, deporte, un poco de desafío y convivencia, mucha convivencia.

La ‘acampada’ (como la llama el Moreno) de este año pinta dura y bonita. No imaginamos ninguno de nosotros, a priori, como se van a confirmar ambos aspectos. Además es la edición con más integrantes: 7, todo un pelotón. Vamos a hacer un recorrido por todo el prepirineo desde Huesca al País Vasco. A veces no tan Prepirineo y si Pirineo propiamente dicho. 

Tengo la fortuna de que el punto de partida es siempre en mi calle: por espacio, por ser un lugar intermedio, por tener buenos enlaces... por lo que me da tiempo a paladear el momento. Es un poco como cuando voy a empezar un libro, leo la contraportada, miro la portada, todo expectativa, novedad, todo un tiempo sugerente por delante. No se si me va a gustar o no, pero solo la sensación ya es emocionante. Mis compañeros seguro que no tienen mucho tiempo de reflexionar sobre esto, todo prisas y repasos de última hora. Así que aquí nos encontramos, en mi calle, en alegre guirigay entre acomodar el equipaje, las bicis en la furgo y los saludos entre quienes hace tiempo que no nos vemos. Todos vienen con pinta de profesional, con sus flamantes bicis gravel, más o menos bien equipados (Toni suple el vestuario especifico con la variedad, su alforja es toda una colección de prendas para cada momento del día, para cada condición climática). El único que repite con su bici ‘gorda’ soy yo.

Ainsa – Nerín 31 Julio 2021.

El viaje se me hace corto gracias a la cháchara grupal y de nuestro conductor.  Recuerdo todavía su sugerencia cuando faltan unos 45’ para llegar a Ainsa:’ ¿Queréis parar a comer?’. Y le decimos que no. Cuando llegamos a nuestro punto de partida y apañamos las bicis todos los restaurantes están llenos, son caros (es el pueblo más turístico de la zona), amenaza tormenta y no nos ponemos de acuerdo sobre qué y dónde comer. Empezamos bien y todavía no hemos hecho un kilómetro. La discusión sobre si echamos a andar o no por la amenaza de lluvia me pilla desprevenido, no sé qué decir. No tenemos donde dormir, nadie quiere llegar mojado a Nerín y  pasar la noche al raso con amenaza de que las tormentas continúen por la noche. No sé qué supone saltarnos esta primera etapa, uno de los errores que he cometido en este viaje, no mirarme por donde transcurre la ruta. El sol pica, hace bochorno. A mí, el día tan pesado y no decidirme sobre si quiero empezar o quedarme, me pone agorero, pesimista.


Moreno maneja la situación magistralmente, siembra la duda: ‘hacemos lo que queráis pero nos perderemos dos de los principales hitos de la ruta: el cañón de Añisclo y los miradores de Ordesa’. Los miradores de Ordesa. Con ese nombre tan evocador, quien es el guapo que se salta la primera etapa. Todos los astros se alinean cuando Keko nos anuncia que tenemos alojamiento en Nerín, una cancelación de última hora nos asegura dormir secos. Lo que no tenemos es la cena porque el hostalero no quiere complicarse la vida con tanta gente. Tambien hay un hotel en el pueblo pero tampoco quieren complicaciones, también nos niegan la cena. Me sorprende cómo la gente renuncia al negocio tan fácilmente.

Esta primera etapa, que yo creía de transición hasta el comienzo de la ruta en sí, es una delicia. El Cañón del Añisclo es una belleza por la que serpentea una estrecha carretera sin apenas miradores donde pararse. De tanto en cuanto las autocaravanas nos achuchan desde atrás mientras deciden pasarnos o hasta que les dejamos adelantarnos. Afortunadamente, esta entrada la tarde y la mayoría de los turistas ya no están deambulando por aquí. De lo contrario, esta carretera hubiera sido un agobio. Hay cartelería desaconsejando ir a pié o en bici por aquí, es peligroso. Los desprendimientos son frecuentes y las piedras de diverso tamaño que aparecen sospechosamente en medio de la carretera así lo demuestran. De lo encajonados que vamos por el cañón da la impresión de que está anocheciendo cuando no son ni las 7 de la tarde. Vislumbramos el agua turquesa allí abajo en su trabajo infinito de excavar un desfiladero, escuchamos su rumor cuando los coches desaparecen y nos quedamos solos en la carretera. Cuando salimos, parece que el tiempo da marcha atrás y el sol sale de nuevo, dejando el día de acuerdo con la hora. 

La carretera en nuestro tránsito hacia Nerín sigue siendo bonita, el paisaje es naturaleza pura, pero ya queda algo deslucido por lo que acabamos de pasar. Para subir al pueblo tenemos que afrontar nuestro primer repechín. Me alivia descubrir detrás de una curva gente sentada en un tronco, señal de que el pueblo está a tiro de piedra y el minipuerto acaba. El pueblo es casi una aldea, solo con señales de estar habitado por los coches del hotel y nuestro albergue. 

Son solo las 8 pero la gente ya está casi terminando de cenar. Aquí el horario lo marca el sol. Nuestro hostalero nos da esperanzas con la cena mientras nos sirve unas Estrella Galicia. Después de la segunda birra, nos saca lo que le ha sobrado, pinchos de tortilla, chorizo, algo de pescado rebozado. Bueno, mejor que nada. Cenamos contentos porque todo ha ido sobre ruedas (2). Estoy cansado a pesar de haber sido solo 30 y pocos kms. También hace frío. 


Nerin-Viú 1 de Agosto 2021

No entiendo los desayunos de los albergues. Parecen pensados para niños, no para montañeros. ¿Tostadas con mermelada o galletas? ¿Pero cómo vas a tirar con eso al monte? Es lo que hay, una sobredosis de azúcar. La segunda etapa y también comienzo la crónica de este día con un ‘no’. Esto debe ser reflejo de mi subconsciente, del regusto agridulce que me ha dejado la ruta.

Desde el principio nuestro trazado se pone pino. El camino, o pista más bien, está en excelentes condiciones. De hecho hasta circulan autocares por aquí, que suben a la gente hasta los miradores que son el objetivo de esta etapa. En poco tiempo tenemos una vista de pájaro de Nerín y de otros pueblos que van apareciendo en nuestra visual, todos encaramados y a la vez como encajados en pequeñas elevaciones, donde llegan retorcidas carreteras o caminos. Chema tiene problemas desde bien temprano y se va descolgando. Toni también, pero lo lleva por dentro. 


Poco a poco el paisaje se torna más agreste, descarnado. La nieve debe cubrir estas laderas durante gran parte del invierno. Ahora aparecen grises por la piedra desnuda, con prados verdes a sus pies. Vemos un poco más adelante algún vehículo aparcado y alguna señal que marca el fin de la subida. Chema se ha bajado de la bici, va acalambrado y siente alivio caminando. Toni continúa el pedaleo, pero intuyo que no va nada fresco. Yo tampoco, tengo las piernas doloridas de la ‘pequeña’ etapa de ayer.

Llegamos al primer mirador y esperamos a Chema. Toni se lo ha pasado en su obstinación por no dejar de pedalear, parece metido en una rueda de hamster y si parara se caería. Contactamos con él para que no se lo pierda. Es un sitio popular, no dejan de llegar bicis, vehículos, senderistas…No es para menos, lo que tenemos ante nosotros es majestuoso, impresionante. Oímos voces allá debajo, de excursionistas en su marcha a la Cola de Caballo, pero ahora mismo no entiendo esa caminata. ‘Subíos aquí, esto es infinitamente mejor’. Supongo que su opción también es increíble cuando tanta gente la hace. Es el premio a los 12 o 13 kms de subida. El ciclismo siempre tiene premio, bien cuando llegas a sitios así, bien cuando dejas de pedalear. Este es uno de esos sitios a los que hay que venir una vez en la vida. 


Estoy un poco aliviado pensando que lo que nos queda debe ser el equivalente a la subida, pero en cómodo descenso por pista bien apañada. El ciclismo también es así. Te sorprende en cada tramo, en cada curva. En el llaneo previo al descenso el camino va revelando su nueva cara. No está para nada a la altura del de subida. La dureza del ascenso por el desnivel se torna en la dureza del descenso por el desnivel más un camino roto por el trasiego de 4x4 y las nieves invernales. Es un sufrimiento continuo, nuestras bicis no están pensadas para esto. Estos pedrolos amenazan con descabalgarnos y la velocidad que a veces cogemos, con comernos alguna curva. Bueno, mi bici es la única de montaña, pero las ruedas finas y el equipaje trasero tampoco me lo ponen fácil.

Todos llegamos abajo agotados y rígidos por la tensión de la bajada. El río Ara, en las inmediaciones de Torla, se ofrece refrescante en las inmediaciones del camino. Pero la prueba empírica de meter el pié hasta el tobillo y que parezca que se haya quedado dentro de lo insensible que lo deja el frío, más la brisilla fresquita que sopla, me desaniman.

En Torla, después de andar unos y otros como pollos sin cabeza por el pueblo, hacemos una parada ‘técnica’ de botellines y torreznos. Toni ha adoptado el papel de maestro de ceremonias en estas paradas. Se ocupa de pedir, de coger el aperitivo, de proponer la comida. No le oímos durante el pedaleo, pero en el bar es la voz cantante.

No nos queda nada hasta Viu y la carretera ya no es dura. El camping está muy bien, y los supuestos bungalows donde vamos a dormir no son tales. Son dos habitaciones super confortables para nuestros estándares que me reconcilian con la etapa tan dura de hoy. Tampoco cenamos mal. 

Bueno, pues no ha acabado mal el día.

Viu – Jaca 2 de Agosto 2021

Hoy toca dejar el valle de Ara-Ordesa y saltar al del Tena, puerto de Cotefablo mediante. El puerto no es duro y la carretera agradable. Después del largo túnel de la cima nos encontramos con otro cicloturista. Es alemán y se alegra un montón de vernos. Al final el género humano todavía tiene esperanza. Todavía nos alegramos de encontrarnos con iguales. Y yo que pienso que lo que hacemos es una pequeña proeza. Nada comparado con esta gente que sale de su país en bici y vuelve también de la misma forma después de haber recorrido varios.

Gavin y después Biescas, donde hacemos otra parada técnica El poco esfuerzo invertido nos hace estar confiados y perdemos tiempo en una terraza del pueblo. 


Continuamos hacía Biescas y después de comer dejamos el pueblo por una pista ‘alternativa’ poco recomendable para el cicloturismo. Tomamos aliento en Sabiñánigo Alto, han sido un par de kms, pero nada más comer esto se atraganta. Nos espera una larga carretera, recta y monótona, con los Picos de los Pirineos que acabamos de pasar a nuestra espalda y a la izda. Su vista es la única distracción.

Dejamos el valle del Tena y pasamos al del Aragón/Canfranc. El albergue de Jaca es confortable comparado con otros en los que hemos estado. Lo único, solo tenemos una ducha. Un paseo por la parte vieja de la ciudad nos hace darnos cuenta de cómo el Covid ha complicado nuestras rutinas viajeras y encima somos siete. Cenar es complicado, sitios cerrados, completos, las terrazas a tope. Terminamos reservando para ‘a partir de las 22:30’ en una terraza (19 Tapas y 500 Vinos). Todo rico, aunque los pinchos típicos, los rodolfitos, no me sorprenden especialmente.


Jaca – Ansó 3 de Agosto 2021

Dejamos Jaca por el puente medieval de San Miguel, bonita estructura sobre el río Aragón. Nuestro siguiente valle es el de Aisa. En este pueblo, Aisa, hacemos otra parada en el hostal que hay en el centro. Esto me sigue rayando, nos quedan un montón de kilómetros, no quiero tomar nada. Pero es curioso, a los demás los veo cómodos con la situación. Es como el chiste: ‘¡que vais todos en dirección contraria!’. En fin, solo lo comento mientras se toman las birras, tampoco quiero ser aguafiestas, me quedo con mi nube negra para mi solo.

Y nada, como es clásico en esta grupeta, después de las cerves vienen los repechos, y nos subimos la loma de Aisa. Queríamos comer en Jasa, pero el bar está cerrado. Un grupo bebiéndose una caja de botellines al lado del bar nos aconseja continuar hasta Aragüés del Puerto. Llegamos a duras penas con un pinchazo remolón, de los que solo te hacen parar cada kilómetro para darle presión. Llegamos tarde y a los encargados del bar no les hace gracia vernos entrar cuando han dado por hecho que no llegará nadie y ya ellos están comiendo. Incluso están un poco antipáticos. Hasta que les comentamos que sería estupendo que nos dejaran comer en la terraza sin molestar mucho, únicamente les pediremos de vez en cuando una ronda de cerves. Ahí ya cambian las expresiones. Entra un trío de turistas y comentan tímidamente la posibilidad de comer y vuelta a las caras largas; que pesaos los turistas. Se me hace difícil de entender, el único bar del pueblo, unos pocos visitantes en temporada alta y los desprecian. 

Arribada al camping de Ansó donde nos recibe su peculiar encargado, con un fenomenal trócolo entre los dedos, solo le hace falta decirnos ‘paz hermanos’ pero es más mundano y nos pregunta si vamos a cenar y señala con un movimiento de mano amplio y ambiguo donde podemos dormir. Donde encontremos sitio. También que, si nos apetece, nos demos un chapuzón en la piscina, no la va a cerrar mientras esté charlando con sus colegas. Tiene a un pequeño y risueño grupito esperándolo en el porche de la recepción. 


Pues cenamos y nos damos una vuelta por este pueblo tan bonito ya bien entrada la noche, bajo algún chubasco intermitente. Estamos un buen rato hasta que decidimos irnos a dormir, momento en que se pone a llover ya de verdad. Se acaba la jornada y empieza la lluvia, en eso somos afortunados y no nos pilla ni en ruta ni de turismo.


Anso – Otxagavia. 4 de Agosto 2021


Nuestro empresario jipi, no olvidemos que por muy jipi que sea lleva un camping, nos sirve un desayuno de los que sirven para pasarse el día montando en bici. Así que no tenemos ninguna excusa para reemprender la marcha.

Tenemos por delante el evocador puerto de Matamachos. Gracias a la gasolina del desayuno no se me hace especialmente duro y también a que en este viaje estoy descansando. Anoche, el golpeteo de la lluvia en la tienda no me molestó, incluso tuvo un efecto sedante y salvadas las dos primeras noches de aclimatamiento, estoy cogiendo el sueño en el saco.

Mientras nos reunimos en la cima del puerto llega una grupeta de ciclistas, a cual más vasco. Llegan vacilones y de buen humor, se les ve curtidos en la bici. Uno de ellos lleva una bici clásica. Clásica porque por lo menos tiene 30 años, con esas geometrías casi de ángulo recto que gastaban antes. Intercambiamos algunas frases y cada uno para sus quehaceres, ellos a por el poteo de antes de comer y nosotros a por nuestra etapa.

Todos los días tenemos puerto, uno o dos. Los sufrimos en la subida y los disfrutamos en la bajada. No se si ese es el espíritu, pero así lo siento. Es una tierra tan distinta a los secarrales de verano de los que venimos que parece mentira que solo nos separen unos cientos de kilómetros. Todo verde, incluso frondoso.

Compramos queso en una quesería que encontramos al finalizar el descenso, estamos en el valle del Roncal y es un ‘must’. Le pegamos una vuelta al bonito pueblo de Roncal y también al de Isaba. Son pueblos elegantes, con grandes casas familiares, cuidados, limpios, con infraestructuras, si no es en el mismo pueblo, en el siguiente. Da gusto atravesarlos, visitarlos, dan ganas de quedarse porque uno percibe que allí se vive bien.

El siguiente hito es el Alto de Laza. No es exigente, aún así es necesario hacer reagrupamiento y esperamos o somos esperados en una pequeña construcción que seguramente serviría de base a alguna casa o instalación de servicio no terminada.


No queda mucho más. Transitamos por estas carreteras envueltos por el verde, sin mucho tráfico hasta Otsagabia. El pueblo se desparrama a lo largo del río Salazar. Igual que todos los de la zona, bonito y distinguido, aunque este es más turístico, es la puerta a la selva de Irati. El camping es tirando a grande, confortable (sin aspavientos, que vamos a dormir en el suelo) y también bien cuidado. 


Esperamos en una sidrería tradicional (Kiskia) la llegada de una amiga de Chema y su pareja. Estamos esperándolos un poco apáticos pero su llegada nos reaviva un poco. Son gente abierta y a pesar de no conocernos a ninguno (excepto a Chema, claro) enseguida se dan a conocer y charlan sin cortarse con cualquiera de nosotros. 


Otsagabia – Roncesvalles. 5 de Agosto 2021

Volvemos a desayunar en condiciones en el bar del camping. Hemos tenido que venir a Euskadi para tener avituallamientos propios de ciclistas. El día es fresco y nos encogemos en la terraza del bar, pero poco a poco el sol va calentando el ambiente. De la misma forma, y como siempre tardamos en arrancar, vemos cómo el pueblo también se calienta y va llenándose de actividad. 

Hoy toca etapa de naturaleza y, como siempre en ruta con bicicleta, o al menos uno siempre tiene esa impresión, empezamos en ascenso. Es, de nuevo, light, pero no deja de ser cuesta arriba. También tiene premio porque desembocamos en el Paso de Tapla, un lugar con vistas abiertas que nos deja contemplativos durante un buen rato. Parece ser un cruce de caminos y punto de partida de algunas rutas, está muy concurrido. 

Y ya lo que toca hasta la hora de comer es bajar por esta fantástica carretera, que nos deleita pasando del terreno más pelado, cimas redondeadas y desnudas, a poco a poco hayedos y territorio más frondoso conforme descendemos. 

Casas de Irati, punto de entrada de esta muy popular zona de Irati, está a rebosar de turistas, las explanadas llenas de coches y gente deambulando, disfrutando del sol y del río. El bar situado en un alto está desbordado y nos cuesta ubicarnos en un par de mesas en la que dar rienda suelta a las cervezas y a la comida que traemos. Tan desbordado, que nadie nos hace caso por consumir nuestra comida a pesar de estar en un restaurante. En la sobremesa, observo a Keko dormitar sobre el césped. Este no es el Keko que yo conozco. Este de este año es un tío siempre positivo y que parece estar disfrutando de cada momento de este viaje, tomando en cada momento lo que le ofrece el dia para absorber la experiencia. Eso me parece a mi. Encima, también toma la iniciativa cuando los demás remoloneamos.

Continuamos por la pista que nos adentra en este rincón. Este día y hasta ahora le hace a uno apreciar esta forma de viajar en toda su dimensión, no hemos dejado de transitar por parajes magníficos. Me siento en comunión con el día soleado y azul, con todo lo que me rodea. Hasta que los kilómetros y el continuo sube y baja nos empieza a pasar factura. La pista se alarga, bordeamos el embalse de Irabia dirigiéndonos hacia Fabrica de Orbaizeta, un curioso lugar donde se ubicaba una antigua fábrica de munición. Aquí tenemos una visión de ensueño. Una chica en bikini está duchándose en la calle bajo la garrafa de agua que alguien sujeta en alto (a ese alguien no le recuerdo) Su cuerpo destellea sugerente al sol del atardecer. La imagen me saca de mi ensimismamiento y me rescata del cansancio. Es nuestra sirena del día y nosotros los Ulises que tratamos de llegar a nuestro destino. El saludo del chico que sujeta la garrafa rompe el hechizo, aunque continuamos durante unos cientos de metros por camino equivocado debido a la distracción.

La corrección nos sitúa de nuevo en la boscosa pista, a veces un poco rota y pedregosa con algún que otro repecho, hacia Roncesvalles. Le estamos echando horas al día de hoy y el cansancio hace rato que ha pasado factura a alguno de nosotros. Julio es inapelable: Roncesvalles está ahí adelante, hay que seguir. Encima, según nos aproximamos, la tarde empieza a ser brumosa. Cuando ya estamos a punto del motín, aterrizamos en el mágico Roncesvalles. Mágico porque entre la llovizna, el viento y lo tremendo del complejo religioso se nos aparece como un lugar fascinante, ahí a la salida del bosque, y se va a convertir en nuestra casita de chocolate, nuestra esperanza de refugio después de estás últimas horas extenuantes.


Son cerca de las ocho de la tarde y los hostaleros a cargo del inmenso albergue son tajantes: en nada cierran y todo quedará sellado. A quien le pille fuera, ahí queda. Todo esto en inglés. Nos transmiten un mensaje confuso, porque añaden que nuestra habitación queda un poco fuera del recinto y no se cerrará. Pero entre que es en inglés y los carteles de aviso por todo el recinto que avisan de lo mismo, entramos un poco en pánico porque no hemos cenado. Los dos o tres bares y restaurantes de alrededor también están dando sus últimos coletazos y al final lo único que conseguimos es un par de botellas de vino. El horario lo marca el albergue. Antes de cenar tenemos nuestra primera crisis seria. Chema se siente agotado y quiere terminar aquí su viaje. Además, su fatiga física y mental le hace buscar culpables a su alrededor. La cena y el vino calman un poco la tempestad. Mañana será otro día.

Roncesvalles – Zubieta. 6 de Agosto 2021

Hoy saltamos a Francia durante un trecho. Entraremos en el valle de Baztan desde el otro lado de la frontera y visitaremos Elizondo. Así de excéntricos somos. Y prácticos. Roncesvalles está casi en la frontera y, si uno se detiene a situar Elizondo en el mapa, es la forma más directa de llegar. Además la idea de morder Francia es atractiva. 

Desayunamos bien otra vez al lado del albergue. Solo unos pocos peregrinos se entretienen en esta tarea, todos salen escopeteados de Roncesvalles porque les echan, son muy estrictos con los horarios, y porque cuanto antes lleguen al próximo alojamiento mejor. Así que tenemos el bar prácticamente para nosotros.


Empezamos subiendo, como es costumbre, y pronto dejamos la carretera para meternos por una pista asfaltada. El entorno es precioso, entre neblina y llovizna transitamos por un bosque de cuento. Pronto estamos en Francia y comenzamos un descenso vertiginoso en medio del hayedo. Oímos ecos en la niebla de excursionistas en el bosque, pero no los vemos. Toni ha empezado a tener problemas con los frenos, cada vez le cuesta más frenar y eso no le deja disfrutar del entorno. Pensándolo ahora, no sé cómo tuvo moral para terminar el viaje con ese problema que comprometía tanto su seguridad. Pero lo hizo. 

Después del descenso llaneamos un poco por el campo francés. Al otro lado de la frontera todo parece más ordenado, más cuidado. Los días atrás hemos pasado por pueblos muy apañados y cucos, pero en Francia lo parecen aún más. Cualquier caserío allá en la ladera de una montaña parece haber sido cuidado con mimo y luce pulcro contra el verde de la vegetación. Todo es limpio y aseado, hasta los campos dedicados a ganado. Llegamos a una pequeña población y paramos a tomar café en un bar con terraza, pero nos indican que está cerrado a pesar de tener gente sentada en alguna mesa. Continuamos hasta el pueblo de Urepel donde me tomo uno de los mejores cafés con leche que recuerdo. Tiene precio casi de gin tonic pero está riquísimo.


Continuamos por la carretera durante un buen trecho hasta dejarla para tomar una pista que nos va a saltar hasta el valle del Baztán. A saltar. Nunca mejor dicho. Las rampas que empezamos a encarar son lo más parecido a un salto. El entorno sigue siendo increíble, salvaje, y la pista cada vez más endurera. Chema lo pasa mal. Los demás también, pero a él se le atraganta especialmente por la fatiga acumulada y la desmoralización general que arrastra. Los trechos de empujabike que tenemos que afrontar no hacen más que ahondar en su penitencia y se enfada con nosotros y con el mundo. A duras penas aguanta y nosotros a él. 

A la altura de un cruce con un Gr abandonamos el camino atravesando una finca particular que nos permite enlazar de nuevo con asfalto. Atrás queda el infierno. A partir de aquí todo es más fácil y llegamos a Elizondo. Menos para Toni, que sigue luchando con sus frenos y no damos con el problema. Él lo asume con naturalidad. Yo estaría agobiado.

Comemos en unas mesas al lado del río. Botellines que no falten, siempre hay algún bar cerca. El tiempo está un poco fresco y casi nos quedamos fríos comiendo.

Vemos Elizondo saliendo por la calle principal. Es decir, apenas un parpadeo. En nuestra vorágine diaria no reparamos que es uno de los pueblos más bonitos por donde pasaremos. De esto nos damos cuenta posteriormente, en nuestras reuniones mensuales para comer, donde caemos en la cuenta de lo que hemos hecho bien y lo que hemos hecho mal. Esto lo hacemos mal. 

El resto de la etapa lo hacemos por una carretera general. Deberíamos llegar al puerto de Ezcurra pero se está haciendo tarde y anímicamente no estamos bien. Paramos en la entrada de Zubieta y Julio llama  al amigo de un amigo que nos indica que en el pueblo se puede dormir, en el hostal o en la iglesia. Mandamos exploradores a tantear el terreno pero no vuelven. Tememos que hayan caído en una emboscada por lo que nos internamos en el pueblo con mil ojos, la sorpresa puede venir desde cualquier punto. Una bici apoyada en una pared, otra en un banco, pero ni rastro de los jinetes. Vemos bajar a dos por un lado y a otro por la izda. En el hostal no hay sitio. La iglesia está habitable y el colegio tiene porche. Keko, inasequible al desaliento y al pesimismo que nos envuelve a los demás, ya está charlando con un nativo. Nos enseña un trozo de terreno donde podemos tirar por lo menos 3 tiendas. No lo vemos; el terreno está lleno de hierbajos secos y un poco irregular. Después nos dice que la gente lleva allí a los perros a cagar. Esto último nos convence de que debemos buscar otro sitio. Agradecemos al lugareño su buena disposición, pero por dentro estamos deseando que no nos intente ayudar más.
 
Después del purgatorio, Julio y More nos enseñan el cielo. Que hábiles. El colegio me parece un chalet: suelo liso, porche, varios rincones adecuados para tirar los sacos, más o menos limpio, incluso una habitación en el piso superior apto para otros dos. La iglesia tampoco está mal, pero el suelo es más irregular. A mi me parece ideal y por la cara que veo a los demás, creo que también. Nos cambiamos y al bar a tomar unos botijos, después al hostal a cenar. 

No hemos terminado mal después de todo.

Zubieta – Zumarraga. 7 de Agosto 2021

Madrugamos con la intención de desayunar nada mas que abra el hostal y salir prontito. Keko y Toni alternaron un ratito antes de dormir con las encargadas del albergue y demás parroquianos que se dejaron caer por allí y se informaron sobre los horarios. ‘A las 9 abrimos’. 

A las 9:45 todavía estamos esperando. No han abierto. Que raro. Damos vueltas por la plaza, ya dudando si irnos, hasta que se abre la puerta y sale alguien. El albergue está abierto, hay gente terminando de desayunar, pero hay otra puerta. Bueno, no pasa nada, todavía no es demasiado tarde. Pedimos desayuno euskaldun; huevos, chistorra ...después de otros 30 minutos todavía estamos esperando. Una de las chicas viene con los cafés. ‘Disculpad, hemos tenido que preparar 15 bocadillos’ para el grupo que ocupa el albergue. Yo me cabreo, ya podían haber avisado, pero la chica, si me oye, hace como que no. Cuando queremos salir hace hasta calor.

Subimos lo que nos queda del puerto de Ezkurra. Menos mal que ayer paramos. El puerto no es duro, pero se nos hubiera atragantado y posiblemente hubiéramos quedado embarrancados en medio de ningún sitio. El puerto además tiene premio final en forma de hayedo. En la cima nos reagrupamos y Toni hace su tradicional selfie y cambio de indumentaria. Ha venido con un tipo de ropa para cada ocasión. 



La bajada es muy rápida y pasamos por los pueblos en un abrir y cerrar de ojos. Cogemos un tramo de la vía verde Plazaola, aunque la dejamos pronto. Un kilómetro de subida y nos dejamos caer a Tolosa. En una de las paradas, Toni habla. Me sorprende porque no lo suele hacer en ruta, va concentrado en su cadencia. Y es para mal, está congelado y no quiere seguir. Está un poco pajarero. Ya nos cogerá, dice. Se enfada porque tratamos de convencerle de que siga. Al final entre todos le arrastramos y vuelve a montar.

Tolosa está medio vacía. Es una ciudad, pero casi no hay nadie por la calle. Después de indagar por Internet, Julio nos guía hasta el restaurante Cantábrico. Tiene pinta de necesitar una renovación, no podemos comer en la terraza, no tiene, pero el interior tiene un apartado donde estaremos solos. Tampoco hay mucha gente. ‘Pasad las bicis, no las dejéis en la calle que cualquiera sabe’ ‘¿Dónde?’ ‘Dejadlas apoyadas en la barra’. Siete bicis con alforjas amontonadas en la barra del bar, es una estampa graciosa.  Encima, las judías tradicionales que nos ofrecen están de lujo. Y barato. El aspecto de un local no significa que lo que te van a ofrecer no sea bueno. A veces incluso es al contrario.

Nos queda otra subida según el track, pero Moreno propone seguir por la antigua carretera de Bilbao y ahorrar porcentajes y tiempo. Visto como vamos de hora y como tenemos el pelotón yo estoy de acuerdo. Julio no. Los demás se quedan un poco perplejos ante la falta de acuerdo de nuestra bicefalia oficial, aunque al final la opción pestosa y más rápida parece ganar adeptos. 

Atravesamos polígonos industriales y pueblos por las afueras sin apenas transición, aunque eso sí, siempre por carril bici. A las siete estamos ya olisqueando algún lugar para pernoctar que no sea Zumarraga, que al ser un pueblo grande no nos va a ofrecer nada interesante para vivaquear.

Aparece en nuestro camino un polideportivo con campo de fútbol 7 cubierto, con césped artificial y bar anejo. Creo que es de las pocas veces que nos hemos decidido por un sitio casi sin hablar. Desmontamos para bebernos unas cerves y tantear el sitio con la gente del bar. Gracias a la tercera ronda y también a la cháchara que despliega Keko, la encargada ya nos considera habituales. Tres señoras mayores en la mesa de al lado nos aderezan la velada con su simpatía y vitalidad. Hay incluso un intento de abrirnos el polideportivo y que nos podamos duchar y dormir dentro, pero resulta fallido. De todas formas no insistimos. El lugar tiene todo lo que necesitamos. Fuente, mesas en una pequeña área recreativa que hay al lado y apartado de la vista de la carretera. 

A las 00:00 el bar apaga las luces y nosotros invadimos el campo. En un periquete tenemos los sacos desplegados y nosotros dentro.

Zumarraga – Olaeta. 8 de Agosto de 2021

Desayunamos en el mismo bar y salimos pitando. Esta vez pronto y descansados, aunque yo ya voy echando de menos una ducha. Bueno, hace ya alguna jornada que si por mi fuera ya me habría duchado. 

Puerto de Deskarga, curioso nombre, sin mucha dificultad y no muy largo, al contrario que la bajada con unos porcentajes curiosos de hasta el 12%. Creo que es el primer puerto que se me hace casi más largo bajar que subir. En Bergara preguntamos a una pareja de ciclistas porque yo voy un poco desorientado y además cabezón en mi error. Los dos van impecables, no se puede ser más ciclista, los contrataría para promocionar el ciclismo, pero ella, además, nos encandila a todos, apenas podemos apartar la vista de ella. Espero que no se lo tomaran a mal. Ella por no dejar de mirarla y el por lo contrario, por no mirarle mientras nos indicaba tan amable y simpáticamente.


En Mondragón hacemos parada técnica. Ya no protesto, además necesitamos víveres. La plaza es super acogedora y dejamos que el sol nos atuse un poco antes de continuar. Es curioso, en Agosto y nosotros sin buscar la sombra.

Proseguimos hasta Ibarra. Ya es hora de comer y buscamos sitio. Hay un par de bares, los dos animados, pero uno va a cerrar o no quieren más clientes y en el otro solo hay platos combinados. Elegimos el segundo (¿en que mano tengo el saltamontes?), pero inesperadamente comemos bastante bien y los dueños son super majos (Eki Taberna).

La sorpresa la tenemos para postre no en el restaurante, si no en lo que nos depara la etapa en una hora en la que todo cristiano está echándose la siesta. Son 6 kms. de porcentajes crudos sin dulcificar que nos exprimen todo el combustible y las reservas. Alto de la Cruceta. Parecen de Bilbao: a un puerto lo llaman alto. ¡Ah! ¡Que ya estamos cerca de Bilbo!.

Conseguido el ‘alto’, llaneamos con subibajas que terminan de comernos la moral y con el riesgo continuo de perder a Toni en cualquier bajada. Sus frenos no dan para mas y está sacando los antebrazos de Popeye de tanto ímpetu infructuoso que le pone a las manetas. Keko intenta conseguir alojamiento en Otxandio, pero todo está completo. Todo lo asequible claro. No obstante negocia una ducha en el albergue. En Olaeta, un poco antes de Otxandiano, paramos a tomar una cerve en una terraza y de allí no salimos. Se está bien bajo el sol del atardecer y aprovechamos para remirar los frenos de Toni sin conseguir nada más que rascarnos la coronilla impotentes.

Una iglesia cercana tiene un soportal donde cabemos todos incluso eligiendo sitio. Prescindimos de la ducha. Un día mas que mas dá. Incluso a estas alturas podría sentarnos hasta mal el cambio de hábito. En el bar nos han informado que hay una quesería al lado de la iglesia y como prueba de que es verdad, vemos a la pastora conducir al trote a un par de rebaños de cabras hasta el corral pasando por delante de nosotros. La pastora además es campeona olímpica de lucha como demuestran las fotos en el bar y sus manos. Dos palas inmensas que contrastan incluso con su corpulencia, dan fe de una larga dedicación a la lucha. Yo desaparecería entre sus brazos como en una prensa de esas para achatarrar coches. Le compramos unos quesos que prueban que su cambio de oficio fue tan acertado coomo su carrera deportiva. Están riquísimos (queseria Atxeta).


Damos cuenta de los quesos y de los víveres que todavía portamos además de alguna botella de vino que compramos en el bar. Todo acompaña; tenemos una cena agradable y divertida, un sitio cubierto para dormir. Hoy ya nos olvidamos de los contratiempos.

Olaeta – Bilbao. 9 de Agosto 2021

Mientras recogemos volvemos a la quesería de Maider a comprar más queso. Merece la pena cargar con él, total queda una jornada.

Tradicionalmente la etapa final es un poco pestosilla, pero en esta ocasión vamos a recorrer el parque natural Gorbeia en nuestro camino a Bilbao, lo que añade un indudable atractivo a la etapa final. 

Desayunamos de pintxos en Otxandio, el bar está super concurrido y casi nos quedamos sin algunos. El pueblo es muy coqueto y tiene unos alrededores envidiables, para salir del pueblo lo hacemos atravesando un hayedo. 


Pronto enlazamos con una general durante un corto trecho y nos metemos en el parque Gorbeia. No lo visitamos en profundidad, lo mordemos por una de las pistas que lo atraviesan. Es un sitio muy bonito, apto para todos los públicos, puedes meter el coche bastante adentro. La salida es un descenso pronunciado en el que, definitivamente, Toni debe estar odiando la bicicleta y todo lo relacionado con ella. Tiene que bajarse muchas veces porque no la controla, no frena. 

Y poco más, la etapa es principalmente en descenso aunque un repecho a la altura de Sarasola se nos atraganta, un poco por el cansancio ya acumulado y también por el sol que ahora mismo pica. Hacemos la última comida en un barrio en los suburbios de Bilbao, Miravalles, en un bar cutre pero con terraza y que están encantados de que comamos nuestra comida mientras les pedimos rondas de botellines. 

La entrada a Bilbao la hacemos siguiendo el Nervión por carril bici, como tiene que ser. Lo recorremos hasta las inmediaciones del Guggenheim para hacernos la foto de rigor. Está llenísimo de gente. Es un contraste curioso, hemos pedaleado durante toda la ruta por lugares donde no hemos visto un exceso de turistas, pero aquí parece que todo el mundo se ha confabulado para visitar la ciudad hoy.

Nuestro hostal está en la parte vieja. Cuando le preguntamos al encargado que donde dejamos las bicis, nos pone cara de poker: no hay sitio para dejar bicis. Y ya cuando se entera que son siete está a punto de sufrir un infartito. Julio le recuerda su conversación hace meses en la que le aseguraron que había sitio. El tio se resigna y nos enseña un cuarto de equipajes lleno de bolsas y maletas, también alguna otra bici y nos deja que nos las apañemos sin fé. Pues metemos las bicis, en un Tetris imposible que deja colmado el cuarto. El encargado además ha metido a uno de nosotros en otra habitación, rompiendo nuestra burbuja en estos tiempos de Covid. Aprovechamos el momento para llevarnos un colchón del cuarto para poder dormir los 7 juntos. Es una escena propia del camarote de los hermanos Marx, maniobrando para sacar en volandas el colchón por encima de las bicis, atravesando el pasillo de manera furtiva para que el hostalero no se de cuenta. 


Nos las prometemos felices recién duchados (por fin) en nuestra visita a la ciudad para culminarla con una cena de pintxos. Pronto nos damos cuenta que va a ser difícil. La gente, prevenida, ya está cenando en las terrazas a las 8 de la tarde y en interior no está permitido. Además cierran antes de las 00:00h. Nos tenemos que conformar con los restos de alguna tapa en algún bar y por fin con una tortilla en el último que encontramos a punto de cerrar. Seguimos con nuestra tradición de un último día de ruta deslucido. No recuerdo ningún día final especialmente bueno en ninguna de las rutas que hemos hecho.

Desayunamos mejor de lo que cenamos, eso era fácil, y Jose aparece puntual con la furgo para llevarnos a Madrid. Aquí acaba todo. Nos deja a cada uno en su olivo, y encima arregla la bici de Toni con media vuelta de destornillador.

Ha sido un viaje durísimo y también de los más espectaculares por los paisajes que hemos atravesado. Gracias a las fotos, a Google maps, a alguna conversación posterior en nuestras quedadas mensuales, he podido ir recordando cada una de las etapas porque, debido a lo intenso del viaje, solo recordaba estar encima de la bici pedaleando, lo demás aparecía en mi memoria como un batiburrillo difícil de ordenar. Y esta vez hemos tenido de todo: crisis personales, físicas, mecánicas, en fin, lo que viene siendo un viaje en bici. Y a ver si lo tengo en cuenta para el año que viene: me he sentido agobiado e impaciente, creo que por tener los días justos para el viaje, sin margen para cualquier contratiempo que, lo más normal, es que ocurran. Esto a veces me ha hecho no disfrutar del viaje como se merecía.

Aunque mal no lo pasamos, en el viaje de vuelta ya se comenta el posible destino para el viaje del 2022.








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