Cuenca - Vitoria


Agosto 2019

Ultimo repaso, creo que no olvido nada esencial. Las alforjas están a reventar, no parecía que llevara tantas cosas, pero las llevo. ¡Madre mía! Voy a necesitar una baca para acomodarlo todo en la bici.

Nos reunimos ya con veteranía, hay menos excitación que al comienzo de otros años, esto empieza a ser rutinario; la ruta de todos los veranos. Incluso somos todos mas o menos puntuales. Nos estamos convirtiendo en tíos serios y profesionales.

Este año vamos a hacer una travesía por gran parte de esa España llamada vaciada, recorriendo de paso algunos parques naturales: Cuenca - Vitoria; Julio ha diseñado una ruta larga y sobre el papel no muy dura. Sobre el papel...el terreno nos demostrará lo contrario en alguna que otra ocasión. Vamos a recorrer cinco provincias: Cuenca, Guadalajara, Soria, Burgos y Alava. El contraste y variedad de territorios ha sido fascinante, hemos pasado de secarrales a bosques casi sin transición, pueblos feos, pueblos con encanto, camino de Santiago, Camino del Cid, caminos sin mas, Románico, Gótico, y

gente, la gente con la que nos cruzamos y que nos atiende en los bares, restaurantes, en las tiendas, en las iglesias....como cambian su carácter, tanto como el terreno.

Chema nos deja en plena catedral de Cuenca, un comienzo grandioso, a los pies de un gran monumento. A estas horas, 11 a.m. ya hay gente sentada en las terrazas, hace fresco a la sombra y calor al sol, un sol que pica en cuanto estas cinco minutos expuesto, un adelanto de lo que será el calor despiadado de Castilla.


Cuenca - Tragacete. 3/8/19. 61 kms.

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El gustazo por empezar en la plaza de la catedral nos hace meternos una rampita, así para comenzar, para salir de Cuenca por la parte de arriba. Me desilusiona inicialmente que no salgamos por el desfiladero del Júcar, tengo el track equivocado, y la salida de Cuenca la haremos por la hoz del Huécar. De echo todo el mundo con el que hablamos, para ir a Tragacete, nos manda por allí. Pero es
Sábado y esa carretera va a estar llena de coches yendo a la Ciudad Encantada. Esta salida es mas tranquila, no nos cruzamos apenas con coches y, la verdad, las vistas de la ciudad desde ella y la propia hoz son también espectaculares. El sol gana protagonismo y nos empieza a hacer sufrir, hace mucho calor y la carretera está desprotegida. Menos mal que el aire no es el aire sahariano que hemos tenido días atrás y la velocidad de la bici nos ofrece un pequeño alivio. Pero llegamos recalentados a Buenache y buscamos rápidamente una sombra con botellines. El pueblo parece desierto y el bar El Temporero también lo está. Me parece que a el dueño le ha cambiado la cara cuando ha visto que además de los botellines vamos a comer. Allí echamos un par de horas o tres hasta que nos parece
que el sol empieza a perder fuerza y reanudamos la marcha. Nos empezamos a cruzar con coches llenos de gente que se dirigen a Buenache. Parece que al fin el pueblo se va a animar con algún tipo de competición (¿bolos tal vez?). Nos adentramos en un sabinar poco tupido al principio pero que va ganando densidad. La gente del pueblo ha 'plantado' ramas caídas en medio del campo que simulan figuras humanas o animales. Figuras secas, blanqueadas por el sol, flacas y retorcidas. Distingo un grupo de estas esculturas naturales jugando a lo que parece un partido de voleibol, o cuidando unos animales. Son unas estampas delirantes, se diría que el sol me hace ver visiones pero no, tengo fotos.

En el cruce que nos llevará a Beamud la carretera empieza a empeorar, el asfalto desaparece por tramos que empiezan a ser la mayoría. Menos mal que el sol ha bajado un poco y ya tenemos un poco de refugio, de sombra de vez en cuando. El paisaje sería bonito si nos pillara al amanecer o al atardecer, pero ahora mismo no tenemos ojos para el, solo queremos llegar a algún sitio. Las pistas sin asfaltar son el territorio ideal para las bicis con alforjas (sarcasmo).

En Beamud rellenamos bidones, la fuente esta mas o menos fresca, y echamos unas coca colas en el bar del pueblo. Ya cuando salimos el sol está mas amable y nos metemos en un pequeño valle mas verde, con la carretera a favor. Esto me anima, me revitaliza un poco y empiezo a disfrutar del trayecto de nuevo. Dejarse deslizar por una carretera sin coches, con la brisa refrescándote la cara, con la velocidad justa para deleitarte con el paisaje es uno de los placeres de la vida.

Hace rato que el rio Júcar nos acompaña a la derecha. Eso, y que estamos en pleno atardecer, ha dejado la temperatura muy agradable, pero ya empezamos a estar muy cansados y la monotonía de la carretera nos empieza a aburrir. Acusamos los kilómetros y las horas sobre la bici. En otras palabras, estamos hasta los huevos de bici y queremos llegar a Tragacete ya.


Se hace esperar pero llegamos. El pueblo del nacimiento del Júcar, que no veremos porque nos haríamos otros cinco kilómetros y no, ya no estamos para nada mas que para buscar el albergue y tomarnos un botellín. Solo es posible lo segundo; nos sentamos en una terraza de lo que parece un hostal de los años 80 y primera bofetada: el albergue está cerrado. El interior del hostal es un restaurante de los años 70, si fuera posible que hubiera sido edificado 10 años antes que la fachada, todo lleno de madera oscura y cornamentas en las paredes. En el mostrador, una chica con una camisa llena de lamparones, no aparta la mirada del ordenador cuando pasamos al servicio.

Caen más botellines servidos por una camarera con buen humor que, entre ronda y ronda, se fuma cigarro tras cigarro mirando el móvil. El pueblo parece estar desierto. Estamos deliberando que vamos a hacer y cuando nos vamos a levantar para buscar algún sitio donde tirar los sacos, aparece la chica de los lamparones y sin siquiera saludar: 'chicos, os hago una oferta, los tres por (pausa, me temo lo peor, sexo con chica con lamparones no entra dentro de mis fantasías y menos que me cueste dinero) 55 € con desayuno; os dejo una triple por 55€'. Uff, nos está ofreciendo habitación. Nos deja paralizados por lo inesperado, y Julio reacciona 'somos 4, nuestro compañero está dentro'. Esto la hace titubear un segundo. 'Da igual, lo dicho, os meto en una cuádruple por 55'  '¿Con desayuno?' 'Con desayuno'. 'De acuerdo, traenos otros 4 botellines.' .La chica nos explica que este fin de semana es una ruina, no hay nadie y que es una forma de cubrir costes.

 Al momento aparece la camarera con el cigarro en la comisura de los labios 'que dice 'norecuerdoelnombre' que una cuádruple no, que luego cuesta mucho arreglar las camas de arriba, que los metas en dos dobles'. 'Pues en dos dobles'. Nos miramos sin creer lo que acaba de pasar, vamos a dormir en cama, quizás de los 70, pero cama al fin y al cabo, casi mas barato que en un camping y en dos habitaciones dobles con sus respectivas duchas. No hay duda que es un final de etapa glorioso. Y sorpresa, las habitaciones no están en el edificio donde estamos, es otro que no parece tener ni 10 años y con aspecto muchísimo mas actual. Un anciano con la camisa también llena de lamparones nos guía al garaje para dejar las bicis. Los lamparones nos hacen suponer una relación familiar entre la chica de la oferta y este señor al que apenas entendemos cuando habla, pero que nos hace el checking eficientemente y se pone añejamente a nuestra disposición. Las habitaciones son sencillas pero superan todas nuestras expectativas para este día.

Cenamos bastante bien y de buen humor en la terraza donde nos acabamos de tomar los botellines, por aquello de corresponder a la oferta que nos han hecho. La chica del cigarro nos informa: 'mañana en el desayuno os voy a poner de tó'. '¿Pueden ser huevos?' 'Bueno, eso no, pero de lo demás si' Pues que mas se puede pedir, a la cama que hay que madrugar. Cerramos una primera etapa larga, cansada pero con un broche de oro.

Tragacete - P.N. Alto Tajo (refugio). 04/08/19. 63 kms.

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Nos levantamos a la hora convenida, incluso More y Julio están listos antes que nosotros. ¡Quién lo creería hace unos años!

Desayunamos en la misma terraza que cenamos; 'de tó', como nos aseguró la camarera. No es que fuera un desayuno inglés pero mejor que en otros sitios, también.

Vamos a liquidar cuentas con la chica del hotel. No está, pero la camarera se pone ha echar las cuentas. Viene el anciano del hotel. Desde dentro, Víctor y yo les oímos discutir, el señor no hace mas que repetir que eso no es posible y sale a decirnos que ha debido haber un error, que nos están cobrando solo una habitación. Le decimos que es correcto y que el desayuno esta incluido. La camarera le mira como diciendo '¿me cree ahora?'. Pero no ceja, no se lo cree e intenta convencernos de que eso no puede ser. Le explicamos que  nosotros no íbamos a pasar la noche allí, ni siquiera cenar, pero que su hija nos hizo una oferta y la aceptamos.

Su hija aparece por las escaleras y lo corrobora. El señor sigue en sus trece, que aquello es un regalo, le repetimos que es el acuerdo al que llegamos. Regaña de malas formas a su hija delante de nosotros, ella aguanta el chaparrón. La camarera le dice que nos vamos a llevar una impresión horrible, pero el tío no suelta y sigue despotricando. Me da pena. Es evidente que el negocio no les va bien. Intenta de nuevo que le paguemos las dos habitaciones, pero es el acuerdo al que habíamos llegado. Pagamos y una vez fuera, mientras les contamos lo sucedido a More y Julio, este se da cuenta que nos han cobrado 4 ensaladas (unos 50€). Vamos otra vez dentro donde sigue la discusión. El señor no sale de su asombro: '¡¿pero que encima os tengo que devolver dinero?!'. Repasamos las cuentas y la hija le pide que nos devuelva 40€. A regañadientes lo hace. Víctor y yo, intentando relativizar el asunto, le volvemos a explicar que gracias a la oferta hemos abonado una habitación y una cena, tal vez consiguiendo lo que pretendía su hija, cubrir costes. No entra en razón:'¡este hotel tiene 1000€ de gastos diarios!'. Nos vamos, el hombre está obcecado. Al final la camarera paga el pato y el hombre se ceba con ella, la regaña de malas maneras y ella no se calla.

Salimos del pueblo que sigue estando desierto. Es extraño que una zona tan bonita y con tantos atractivos (nacimiento del Júcar, del Cuervo y a tiro de piedra del Alto Tajo) este desierta. O no. Somos como borregos y nos apelotonamos en las playas en verano. Siempre queremos hacer lo que el vecino.

Vamos comentando el incidente del hotel, pero en nada nos plantamos en el nacimiento del rio Cuervo. Lo recordaba con una exuberancia de agua que no se corresponde con lo que nos encontramos hoy. Aún así el sitio es encantador y plenamente accesible para todo el mundo. Gracias a que media España está en el Mediterráneo o en el sur lo disfrutamos sin apenas gente.

Continuamos, dejando el P.N. de la Serranía de Cuenca y en busca de el del Alto Tajo. La carretera sigue para nosotros solos, es un gustazo poder pedalear así. ¿Será el futuro de todas estas carreteras secundarias, carreteras para ciclistas? Tampoco es que nos crucemos con ciclistas. En fin, disfrutamos del momento y de la aproximación al profundo valle del Tajo, que después de una larga bajada, nos ha metido entre riscos espectaculares.

Nada mas cruzar el Tajo, con el cartel de Provincia de Guadalajara dandonos paso, tomamos un camino a la izquierda que esta sin asfaltar. Nos cruzamos con una autocaravana con la que intercambiamos algunas palabras '¿Vais a Taravilla? Bonito lugar, 8 kilometros'. 'Eso está hecho' le respondo. Me mira pero no dice nada y después de unos instantes se despide. Más adelante entenderé ese instante de silencio.

Nos metemos en el cañón del río y no dejamos de maravillarnos. Es impresionante. El rio a la izquierda con remansos de color verde turquesa y nosotros que no sabemos donde mirar, si a esas pozas que invitan al baño o hacia las imponentes paredes que nos rodean. Pero la pista no está todo lo bien que nos gustaría. Y además empieza a endurecerse y nos hace transitar por varios toboganes bastante duros. No son largos y en general la pendiente es a favor pero, al cabo del tiempo y por repetición, nos empiezan a minar la moral y el físico. No vemos la hora de llegar al chiringuito que sabemos que está cerca de la laguna de Taravilla.


Por fin llegamos a la laguna. Es preciosa. Como un lago alpino pero allí, en la Mancha manchega. También invita al baño pero bajamos a la zona recreativa que hay al lado del rio (Salto de la Poveda). Julio está un poco pajarín y en su mente solo cabe chiringuito y agua fría, solo quiere llegar a él. Victor y yo no queremos dejar pasar la oportunidad de bañarnos en el rio. Traemos tal calentón que nuestro cuerpo casi se dirige solo al agua. Moreno acompaña a Julio en busca del chiringo.

El baño nos refresca y nos revive, hace casi desaparecer los 47 kms. que nos acabamos de chupar. El agua esta que corta pero hace que espabilemos y nos relaja al mismo tiempo. Acortamos el baño porque también tenemos hambre y no sabemos que habrán encontrado la pareja escapada en ese chiringuito. Además el jamón, que era nuestro menú de hoy, lo llevo yo.

La subida al chiringuito no es ciclable. Y menos con todo el equipaje que llevo. Necesito ayuda y en un par de pasos estoy a punto de perder la bici; y las alforjas en otro; y me clavo el plato grande en la espinilla pasando una zona de roca y piedra. Menos mal que es corta. Ya vemos el chiringuito.

Allí nos encontramos a nuestra pareja de escapados, Julio ya con otra cara. Han bebido y están dando cuenta de un plato combinado con una pinta estupenda. Si fuera el último plato combinado del mundo, les mataría con mis manos desnudas para arrebatárselo. Menos mal que nos informan que no hay prisa, que nos hacen con gusto otros dos platos iguales. Venimos caninos.

En el chiringo nos informan de los refugios que podemos utilizar esta noche a lo largo del rio y, el monitor de un grupo scout, de los que están ocupados. La zona, a pesar de ser Agosto, está llena de grupos de chavales. Continuamos por otra pista, esta vez por el margen izquierdo del río. Pero esta pista ya es otra cosa, no tiene los toboganes que la que acabamos de dejar y está en mejores condiciones. Seguimos maravillados por el cañón que vamos atravesando. Además, aunque es pronto, tenemos el sol detrás de una de las paredes del desfiladero, por lo que parece que estamos en un atardecer perpetuo. El ambiente está refrescado por la umbría del cañón y el rumor del río completa esa  sensación.

Pasamos por algunos de los campamentos que nos habían indicado; tiendas, toallas tendidas, chavales lavando cacharros.... Nos paramos en uno de ellos que parece que tiene buen acceso al río para bañarnos otra vez. La temperatura del agua no ha mejorado río abajo, sigue estando que corta, pero es imposible resistirse a sumergirte en estas aguas esmeraldas.

Llegamos al refugio que nos habían dicho que sería ideal para nosotros. Y lo es. Tiene fuente y está mas o menos limpio. Estamos contentos por la etapa de hoy, por la maravilla de paisaje y porque hemos dado con un sitio ideal para nosotros. Se respira tranquilidad en el lugar.

De pronto dos coches irrumpen en la zona del refugio mientras estamos descargando las bicis. Uno de los conductores se baja corriendo y sin siquiera mirarnos se mete en uno de los apartados del refugio. Vuelve,  '¡Esta libre!' y hace señas a los demás. Se bajan dos familias con niños, con sus trastos, sus mesas, sus sillas.... Nosotros les miramos atónitos.. Nos apresuramos a tomar posesión de dos de las cuatro estancias con los que cuenta el refugio. Si nos descuidamos nos dejan apelotonados en uno. Una vez que han ocupado lo que venían buscando ya si, ya nos miran, nos saludan. Bueno, no vamos a estar tan a nuestras anchas como esperábamos. Finalmente no nos dan nada de guerra, los niños tienen pinta de estar agotados, cenan rápidamente y se van a dormir. Nosotros hacemos lo mismo un poco mas tranquilamente, echando de menos esta noche una cerveza o una botella de vino con las que acompañar los arroces del menú de cena de hoy. El Moreno hace alarde de su habilidad a los fogones y aplica una técnica de cocción en dos tiempos al arroz negro de sobre que tenemos. El resultado es todo un éxito. Pasamos el tiempo de la cena hablando sobre posibles sustitutos a los sobres de arroz para los menús de próximas rutas.

Nos entretenemos un rato en la oscuridad del cañón, mirando las estrellas con el rumor del agua allá abajo. Es un buen aterrizaje para un día duro y fabuloso al mismo tiempo.

Alto Tajo - Malanchón. 05/08/19. 66 kms.

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Madrugamos e iniciamos ruta prontito. Que hábito mas tonto estamos cogiendo.

Seguimos unos kilómetros paralelos al río que no deja de sorprendernos en cada recodo hasta que la pista muere en una carretera trazada a cuchillo en el monte y llegamos a otra área recreativa, también habilitada para el baño. Y no nos podemos resistir, otra vez al agua. El sitio es muy bonito y fácil, por lo que ya están llegando coches para pasar el día. Julio y More, que suelen ser los mas remolones para esto de los baños en ríos con aguas gélidas, no se hacen esperar, le van tomando el gusto a las aguas silvestres. El calor que empieza a apretar nos anima a todos al chapuzón; y vamos barruntando lo que nos espera.


Dejamos la zona recreativa (Puente de San Pedro) y tomamos una carretera a nuestra izquierda que va tomando altura sin remisión sobre el valle. Pronto olvidamos la sensación cortante del agua del Tajo y la sustituimos por el calor seco y penetrante de un sol que ya nos pega de plano. El porcentaje de la carretera no ayuda y nuestros cuerpos suman grados al calor que despide el asfalto. Como hemos pasado en una mañana del paraíso al infierno, de una mañana agradable a una irritante. ¡Que hacemos aquí?!; ¡ en solo una hora!

En 6 km más o menos la carretera empieza a suavizar, pero estamos todavía mas expuestos al sol porque la vegetación también ha ido clareando a los lados de la carretera. No veo el momento de llegar a algún sitio para refugiarnos, aunque antes hago una parada para reponer azúcar en forma de melocotón. Víctor ha ido insistiendo en comprar fruta porque, aunque todos sabemos que es muy útil, suele ser el único que a la salida de la etapa se acuerda.

Llegamos a Villar de Cobeta, que aparenta estar desierto. Buscamos un bar pero no lo hay. Unos paisanos nos indican donde hay una especie de local social. Allí que vamos y allí esta parte de la población local y el resto que se va a acercando a tomar el aperitivo poco a poco. Nos ponen gambas de aperitivo; a mi me parece un chiste en un paraje tan achicharrado por el sol de mediodía. Cuando Víctor esta dando cuenta del cuarto botellín y explicándonos que el limite son tres, el encargado del club social nos dice que van a cerrar para comer, que vuelven a abrir a las 7, por si seguimos por allí. Espero que no.

Comemos en un pequeño parque con fuente calentorra y estiramos los aislantes para echar la siesta. Es lo mejor que se puede hacer hasta que esto amaine.

No ha amainado pero queremos creerlo así, que remedio. Hay que continuar.

Cosas del azar y de donde decides o tienes que parar. A los pocos kilómetros esta Olmeda de Cobeta, mas grande que Villar, con restaurante y con una fuente fresquísima. No queremos mirar mas no vaya a ser que veamos una piscina municipal con césped y todo.

La etapa se está revelando dura. No hacemos más que ir por un continuo sube y baja que nos mina la moral. Poco a poco la carretera se va estirando pero eso no nos alivia. Los sube y baja se han espaciado, pero la sensación de viaje sin final es descorazonadora.


Otra paradita en Mazarate, donde hay otra fuente fresca en la carretera, y último arreón. Ahí está Maranchón, donde tenemos que buscar una ermita a las afueras para pasar la noche. Ya es tarde y nos apuramos a dar con ella, pero cuando llegamos vemos que no es el lugar que esperábamos. De ermita nada. Es una señora iglesia con valla y todo y, según nos dicen, cierran la puerta a las 11 de la noche.

Exploramos los alrededores y no son acogedores. Bueno, a Víctor le parece que allí en una pequeña hondonada al lado de la iglesia, en medio de ningún lugar, es un sitio ideal. O al lado del muro de la iglesia, resguardados dice. Su lado montañero le hace no tener problemas en casi ningún sitio, cualquier lugar es perfecto. Pero el resto somos más tiquis-miquis. 

Nos bajamos al pueblo otra vez y allí el dueño de un pequeño ultramarinos nos informa de un refugio a unos 2 kms del pueblo, con zona recreativa y todo. Caen los botellines de fin de fiesta y unas hamburguesas que ni en un Mc Donalds (o peores) y nos encaminamos al refugio en la mas absoluta oscuridad, con un frío estepario que me hace ser pesimista sobre como vamos a pasar la noche. Me siento un poco desamparado en medio de la oscuridad a pesar de ir acompañado. El aire frío y la reducida visibilidad que nos dan las linternas de lo que hay alrededor ayuda a ello. Pero al final es un refugio en toda regla, un poco sucio pero habitable y es increíble como la temperatura dentro sube varios grados a pesar del viento y de que esta completamente abierto por uno de sus lados.

El día (ya noche) no da mas de si. Excepto para los ratones de campo que pululan en la inmediaciones del refugio. Es su momento de plena actividad. El nuestro cesa ahora.

Maranchón - Berlanga de Duero. 06/08/19. 86 kms
De vuelta a Maranchón a desayunar con el mismo fresquito que la noche anterior. Pero el sol tibio mañanero lo cambia todo, ya no es desagradable y la vista de los girasoles, que tiñen de amarillo intenso el campo a nuestro alrededor, nos activa y alegra el espíritu.


El lugar para olvidar las tristes hamburguesas de ayer es Casa Juan, un pequeño bar escondido con una terraza que pronto empieza a ser ocupada por la gente local. Me parece que ahora hemos acertado. Está atendido por una chica rumana que pronto nos organiza y ante las variopintas peticiones, nos propone unificarlas todas en huevos con chistorra o morcilla. Ella sola atiende y cocina. Hay gente que no se asusta por nada. Hoy por fin salimos con combustible de calidad para afrontar una etapa que será larga, muy larga.


El trayecto hasta Medinaceli, la parada turística prevista para hoy, no tiene mayor novedad salvo la solitaria, otra vez, carretera que transitamos y la pista de padel (de metacrilato y todo) que hay en el pueblo de Layna, donde rellenamos bidones en una fuente mas o menos fresca. En amplias zonas ni siquiera hay cultivos, el terreno es pedregoso y vemos restos de vallado de piedra que podría indicar un pasado ganadero; ovejas, cabras, quien sabe, la monotonía del paisaje nos hace divagar.

Las salinas de Medinaceli son nuestro aperitivo de la visita a esta ciudad. A mi me impresiona ver salinas en una comarca de interior, las tengo asociadas a la costa. Estas están todavía con algún uso o al menos sus piscinas están en buen estado. Allí arriba divisamos Medinacelli, encaramada a un respetable cerrete que da pereza solo mirarlo; hay que subirlo.

La subida se hace mas llevadera por la postal que supone la ciudad según nos vamos acercando; pequeños consuelos o motivaciones para tirar de nuestras bicis y equipaje. Arriba el pueblo cumple con lo que promete. Tiene un paseo muy bonito, está muy bien rehabilitado y solo por el arco romano y las vistas merece una visita. En la plaza mayor, casi desierta, invertimos un rato de contemplación en uno de los bares bajo los pórticos.


Dejamos atrás Medinaceli. Se ha levantado viento y eso nos incomoda un poco. Eso y los continuos toboganes que vamos superando. Son demoledores para la cabeza. En Yelo, unas curiosas construcciones nos dan la bienvenida. No sabemos que son, colocadas en fila con 2 o 3 pisos de altura y coronadas todas por una cruz. Internet no deja lugar a las especulaciones y pronto averiguamos que son palomares. Julio nos instruye: antes los pichones eran muy codiciados y en muchas partes de Castilla el clero monopolizaba un poco su cría, con fines cinegéticos o gastronómicos.

Ya vamos buscando parar y comer y lo haremos en Romanillos de Medinacelli, donde sabemos que hay una iglesia románica muy interesante. Es curioso. Antes de cada etapa solemos anticipar con expectación los atractivos o monumentos con los que nos vamos a encontrar. Esta iglesia es uno, pero el trayecto en si, su dureza, sus inconvenientes, si hemos pasado calor, si nos duele el culo, van quitando importancia a estos e incluso lo solventamos con un rápido vistazo. Hablamos mas de ellos por anticipado que el tiempo que dedicamos a contemplarlos.

El único bar del pueblo parece aglutinar a toda la población de la villa, muy animado. Tampoco es bar, es otra vez un club social regentado por los propios vecinos. Los pueblos no son rentables durante el resto del año, eso esta claro, y nadie se aventura a mantener un bar abierto permanentemente. Después de que cierren para comer nos movemos a un área recreativa cercana al pueblo habilitada con mesas y fuente; un buen lugar para sestear bajo el arrullo de los árboles agitados por el viento. Hay pequeños placeres que solo el sacrificio de la bici, lo precario de nuestro viaje y las pocas comodidades que encontramos, ponen en valor.

Sincronización. Reiniciamos el pedaleo al mismo tiempo que parece estar despertando el pueblo de la siesta; un grupo de chavales viene a esta zona recreativa, nos cruzamos con ellos en el camino, no despertamos ninguna curiosidad en ellos, van absortos en sus conversaciones adolescentes, metidos en su mundo. Y mira que somos una imagen peculiar. La carretera sigue desierta, secundaria, flanqueada por girasol o campos yermos salpicados de encinas.

Pronto alcanzamos Baraona y allí vamos a tomar una pista no asfaltada pero en principio en muy buen estado aunque, según vamos tomando bifurcaciones, va empeorando un poquito. Nada preocupante y nos plantamos a la vista de Bordecorex. Excelente panorámica desde donde venimos y lo dicho; esta etapa esta siendo la mas larga; venimos casi escocidos después de tantas horas sobre el sillín y no nos paramos a ver su prometida iglesia románica, al parecer excelente. Divisamos alguna que otra atalaya en los alrededores que adivinamos musulmanas protegiendo el valle.

Abordamos los últimos kilómetros enlazando largas rectas y por fin, Berlanga. Su castillo nos da la bienvenida allí arriba pero nos quedamos, antes de entrar en el pueblo, en el albergue. Muy humilde, por hacer una descripción generosa; colchones corridos en 2 macro literas; si te arrimas a las ventanas caes en las telas de araña que han sido tejidas sin que nadie las moleste durante, seguramente, semanas; si abres las taquillas te llevas por delante el trabajo de las que tejieron a oscuras. En fin, tenemos sacos para colocar entre nosotros y la desagradable tela del colchón. Y duchas, con poca presión pero con agua, que nos servirán para relajar un poco nuestros músculos, para refrescar un poco nuestros pobres culos.

Caminamos hacia el pueblo admirando el castillo. Está iluminado por la bonita luz del atardecer, resalta en la colina sobre el verde y amarillo de los campos de girasol que se extienden en su base. Vamos buscando un restaurante donde comer y nos encaminamos hacia el restaurante Vallecas. Es uno de los dos que nos ha recomendado el hostelero. Desconfiamos de su criterio por el estado en el que tiene el albergue, pero nos equivocamos. Una de cal, el deficiente albergue. Otra de arena, magnifico restaurante. Los precios no son populares, pero el Moreno va proponiendo los platos que encuentra mas asequibles en la carta y nosotros vamos eligiendo. Todos un acierto, en especial un lingote de torrezno ¡confitado! con salsa de pera. Todavía me relamo.

Berlanga de Duero - Camping Urbión (embalse de la Cuerda del Pozo). 07/08/19. 61 kms.

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El desayuno que nos ofrece nuestro hostelero no desmerece la categoría del albergue. Los huevos de ayer son ya un bonito recuerdo que me parece imposible. Se salva la mermelada casera, pero ni si quiera tenemos un buen pan donde degustarla. En fin.

Volvemos a admirar el castillo y nos entretenemos mas de la cuenta en el mercadillo del pueblo comprando fruta. Las señoras avispadas son comunes en cualquier lugar. En cualquier sitio de España van a intentar pasar delante de ti, siempre hay un cocido en el fuego, un 'solo quiero una cosita de nà', un 'Antonio tienes lo mio', un 'usted no estaba aquí antes'....

La carretera sigue sin novedad; girasoles, campos de cultivo, pinares. Nos vamos acercando al Duero y también encontramos algunas vides, pero no es lo predominante. A orillas del Duero vemos que han balizado una senda que lo recorre de cabo a rabo, hasta Portugal. Un posible viaje futuro.

En Andaluz, paramos a visitar su iglesia. Cómo no, hay una rampita para acercarse a ella. Cómo no, allá vamos con nuestras bicis a tope. La iglesia es preciosa. Todas estas pequeñas iglesias románicas con las que de vez en cuando nos topamos me encantan. La sensación de originalidad, de aquí empezó todo, de autenticidad, el arte primigenio. Los canecillos siempre se revelan como adivinanzas; ¿y aquí que querían contar? ¿que querían enseñar?. Muchas veces ya lo sabemos, por pura práctica, porque ya hemos visto unas cuantas y en algunas ocasiones la gente a cargo, la mayoría de las veces de forma desinteresada, nos lo ha explicado. Esto le añade valor. Gente enamorada de su pueblo que colabora en el mantenimiento de todos estos tesoros. Mientras sacamos algunas fotografías otro ciclista llega, se sienta en la entrada de la galería y nos jode las fotos sin ninguna consideración. En fin. No todo en este deporte es noble.

Tomamos una carretera local a la salida de Andaluz que coincide con la Cañada Real Galiana hasta Valderrodilla y de allí a Torreandaluz, con otra iglesia románica con bella portada. Otra vez embelesados recorriendo sus figuras, tratando de adivinar personajes. Otra vez, unos melocotones por gentileza de Victor, que siempre insiste (acertadamente) en llevar fruta a cuestas, nos ponen a tono.

Dejamos la tranquila carretera local para coger un rato la N-122, con su tráfico ruidoso y con camiones que nos rebasan a toda velocidad. Será poco tiempo hasta el desvío a Catalañazor, donde nos plantamos en un santiamén. Casi todos los pueblos bonitos hay que subirlos. Todavía recuerdo Medinaceli. Es un pueblo muy turístico y es casi la hora de comer, por lo que está bastante animado. Una pareja de cicloturistas nos cuenta su periplo. Son diferentes a nosotros, van livianos con sus bicis de gama alta y vestuario cuasi profesional. Les llevan el equipaje de un sitio a otro. Han contratado con una agencia la información de la ruta, el porteo y el alojamiento y ellos la van haciendo por libre; Anillo Celtiberico, les está encantando por lo entretenido y divertido del recorrido, nos lo recomiendan. Que de posibilidades se abren durante nuestro viaje. Haces un recorrido y van surgiendo otros por el camino. Ruta del Cid, Senda del Duero, Anillo Celtiberico...Futuros planes.

Estamos en Soria y no podemos dejar escapar la ocasión de unos torreznitos. El diminutivo es falso, aquí los sirven en lingotes enormes que trocean en el momento; riquísimos. Comemos a los pies del Castillo algunas conservas que hemos comprado en una especie de colmado turístico y mientras unos sestean, otros nos encaramamos a la torre del homenaje desde donde las vistas son espectaculares.

Nos quedan mas de 20 km para completar esta etapa y poco a poco el paisaje va cambiando; dejando atrás campos de cultivo, cruzamos sabinares y pinares de nuevo. Intentamos seguir hasta Abejar por la VV Santander-Mediterraneo, pero desistimos por su mal estado y continuamos por la carretera.


El camping de Urbión es un macro-camping, y además está atestado. Nos cuesta encontrar un sitio donde plantarnos y al final ni siquiera lo hacemos juntos. Coloco la tienda en el sitio más llano que encuentro y después de haberla girado mil veces. Me parece estar en medio de todo, en zona de paso, en el espacio ocupado por otros campistas, en el sitio que alguien se había reservado para instalar unas hamacas....no hay una sensación de aquí estamos nosotros, todo parece ser comunitario.

Relajamos piernas con un pequeño paseo por la orilla del embalse de La Cuerda del Pozo. La lamina de agua se muestra inalterada a esta hora de la tarde, reflejando el cielo y las colinas cercanas, nos transmite su calma durante los momentos que permanecemos en su orilla, solo rota por la llamada del Moreno que anda deambulando despistado por el laberinto de calles del camping. El restaurante del camping cumple en forma de platos combinados. El día no da mas de si.



Camping Urbión - Barbadillo de Herreros. 08/08/19. 69 kms.

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Lo que en la cena resultó una comida de batalla, en el desayuno se revela como un banquete. La cafetería del camping tiene sus vitrinas llenas de pinchos que sobraron del día anterior, tortillas de patata rellenas, sandwiches, algún bizcocho... Pedimos un poco de todo y salimos satisfechos y revitalizados del camping.

Vamos en busca del Duero y pronto desembocamos en el primer pueblo, Molinos de Duero, de aspecto señorial y elegante, donde compraremos algunas viandas en una pequeña tienda. Después Salduero, con la misma pinta que el anterior, parecen pueblos gemelos, separados unos metros al nacer. Si uno anexionara al otro no habría diferencias físicas.

La carretera transcurre paralela al rio y el paisaje a nuestro alrededor es verde, frondoso, oscuro por las nubes que no dejan pasar del todo el sol; la humedad del río deja su impronta por donde pasa. En algún rincón de nuestra memoria debe estar la imagen seca de los territorios que atravesamos hace algún día en los alrededores del Alto Tajo. Apenas lo recuerdo ahora, el bosque lo desplaza todo. Parece mentira que estemos a apenas algún centenar de kilómetros.

Llegamos a Covaleda, más grande que los pueblos anteriores y en fiestas. Tiene cierto aire resacoso por las banderolas, las mesas descolocadas de las terrazas con algunos clientes desayunando cerveza, vasos de plástico y un escenario vacíos, las calles un poco sucias y ambiente desordenado por las calles cortadas y los coches mal aparcados.

El pinar no parece tener fin, me recuerda un poco a los bosques de los parques naturales de EEUU o a los bosques de Finlandia, bueno un poco mas chaparro. No he estado en ninguno de esos lugares, seguro que me reiría si alguna vez los visito.

Hacemos una parada técnica en la zona del albergue de Revenga, un sitio plácido con un centro de interpretación de la madera muy curioso. Dudamos si quedarnos un rato mas, porque el albergue tiene una terracita super acogedora. Hay mas gente que piensa lo mismo y allí están, disfrutando del dia con claros y nubes tan agradable que se ha quedado.

Elegimos muerte y continuamos hasta llegar a Quintanar de la Sierra donde comenzamos a remontar el rìo Arlanza. Es una subida mas o menos suave, el entorno es precioso y llegamos a una zona recreativa que hace justicia a la zona: mesas, rio donde remojar los pies, sombra, pradera, sin apenas gente y casi fresquito. La siesta termina siendo bucólica, tumbados en la hierba con el rumor de los arboles y el agua acunandonos.

Cuando reanudamos, la carretera se empina un poco pero nada que sea penoso. Llegamos al desvío de las lagunas de Neila, pero tenemos que prescindir de ellas. La vegetación ha cambiado y hemos cambiado los pinos por robles e incluso hayas.


Comenzamos a descender y al final de una larga recta vemos otro ciclista, con ropa un poco vintage, pero con una Orbea guapa. Al primer comentario que le hacemos el tío se para y nos saluda como si nos hubiera dejado la noche anterior en la taberna del pueblo. Tiene ¡70! años y aparenta por lo menos 10 años menos. Toda una vida montando en bici, unas veces en grupo y ahora solo porque en los clubs se siente un poco desplazado por la edad y la gente de su quinta ya no monta en bici. Todo vitalidad el hombre, uno de esos personajes que recuerdas al final del viaje.

La carretera, estrecha y a veces en no muy buen estado, continua solitaria sin apenas circulación. Es triste que estas zonas estén tan despobladas pero a la vez favorece nuestro viaje; el trayecto es placentero, sin tráfico que nos achuche, lo que nos permite pedalear relajados sin mas preocupaciones que las propias de la orografía.

La dejamos para enganchar un cacho de vía verde, también solitaria ya que es el principio o el final, según se mire, de la VV de la Sierra de la Demanda que nos va a dejar directamente en Barbadillo de los Herreros. Aquí tenemos previsto pernoctar, en un albergue que suponemos que estará abierto.


El pueblo esta muy ambientado, con un montón de gente en las terrazas de los dos bares que hay a pie de carretera y al lado del albergue. Hay una boda en el albergue y al principio nos tememos lo peor; fiesta hasta las tantas. Además el único sitio donde cenar es también el albergue. Pero el hostalero tiene para todos. Va a atender la boda y después a nosotros. No se va a amilanar solo por cuatro comensales más. Cualquier otro nos hubiera despachado con que estaba muy liado, pero este parece ser consciente de que regenta un albergue y no lo va a descuidar. Las instalaciones están geniales y el establecimiento es una casona con unos muros que, según comprobamos una vez en las habitaciones, nos van a aislar de toda la jarana nupcial. Esta primera impresión es acertada y nos suben algunas viandas y vino a la zona común del albergue. ¿Que mas podemos esperar? Estamos cómodos.

Después de una vueltecita y de deliberar un rato si nos tomamos un cacharro, nos vamos a la cama. Hemos estado unos 20 minutos hablando sobre el cacharro sin hacer intención de concretarlo. Es mas una inercia que un deseo. También el ambiente que se ha quedado en el pueblo, como de haber dado la jornada por concluida (exceptuando la boda claro), contribuye a que nos subamos a dormir. Aún subiendo las escaleras vamos hablando de copas y vinos.

Barbadillo de Herreros - Monasterio de Rodilla. 09/08/19. 64,5 kms.
No tengo más que palabras de elogio para nuestro hostalero. Llega un poco tarde de la hora convenida, pero nos prepara un desayuno de altura.... esos huevos que me dan vida durante toda la mañana, uhmmm. El albergue se llama Casa del Mayorazgo. Espero que tenga éxito, el pueblo es bonito, los alrededores también y esta en plena vía verde. Se lo merece por profesional.

Retomamos ruta, esta ya vieja rutina de los últimos días. A estas alturas tengo la sensación de no haber hecho otra cosa en los últimos tiempos que coger la bici y pedalear con mis amigos durante gran parte del día; la rutina diaria habitual. Lejos está el trabajo, la ciudad, mi casa, mi familia. Todo lo tengo presente, pero como que es otra vida. El presente, pasado y futuro es esta perspectiva diaria, ciclista y viajera.

Descartamos la vía verde para continuar porque sabemos que está, hoy en día, en mal estado. Vamos a subir a cambio el puerto del Manquillo, puerto asequible con porcentajes amables. Tenemos el día nublado con algunas gotas. Esto, el paisaje y la carretera otra vez solitaria, nos hace deleitarnos en la subida. Paramos en Riocavado. Tiene una bonita iglesia presidiendo el pequeño pueblo que merece unos minutos. Que de patrimonio tiene esta región, en cada pueblo hay una iglesia en la que detenerse, o tiene un conjunto arquitectónico interesante.


Coronado el puerto, podríamos seguir por la VV pero, caprichosamente, continuamos por carretera hasta Pineda, otro pueblo precioso con construcciones en piedra y una iglesia fantástica. De estar mas cerca de Madrid, vendrían autocares de japoneses a verla. Es toda una atracción. Tomando un café en la bonita terraza del hotel La Casona, el dueño nos confirma un poco esta teoría. Se lamenta de que unos kilómetros mas allá, Santo Domingo de Silos está abarrotado y que por aquí, en estas fechas, apenas se aventura nadie. Cosas de la fama mediática.


La Vía Verde en esta parte es un deleite; túneles de robles, hayas, umbrías, vistas magníficas, naturaleza a uno y otro lado del camino. Ya era raro que no hubiéramos pinchado con los kilómetros de pista que hemos cogido este año y el More lo hace hoy. Hasta en esto seríamos afortunados puesto que el terreno casi plano no nos haría demorarnos mucho. Pero pincha ¡3 veces! en la misma rueda. Nos fijamos y, aparte de que la primera vez seguro que nos dejamos sin revisar la goma, la cubierta está totalmente desgastada, del grosor del papel de fumar. Cualquier china le hace pinchar. Son gomas blandas y el terreno se las ha comido en unos pocos días. Llegamos a Arlanzón con retraso por el temor a ir deprisa y que se quede sin rueda. Comemos en el único restaurante que parece estar operativo en el pueblo (Taberna de Arlanzon) de menú del día.

La tarde está un poco ventosa, pero aprovechamos una zona verde cerca de la taberna y al lado de un canal para reparar la rueda rebelde y sestear un poco. Allí, mecidos por el rumor del aire, del agua y de los árboles y encima de unos bancos de hierro conseguimos descansar un rato.

El cambio de paisaje a partir de aquí es radical y los campos de cereal se extienden sin nada que lo remedie a derecha y a izquierda. Nos topamos con un conjunto eclesiástico casi en medio de la nada. Al principio nos extraña, pero pronto vemos flechas amarillas y gente descansando en una explanada. Es zona de Camino de Santiago y los peregrinos están relajando piernas en las afueras de un albergue. La iglesia es otra maravilla. San Juan de Ortega. Es monumental por dentro y por fuera.

Tengo ganas de llegar a donde sea ya, y mis compañeros se nota que también. Atravesamos pequeños pueblos sin pararnos y el viento penaliza un poco nuestro avance. Se me hace extraño toparme con la gran infraestructura que supone la A1 después de alternar pistas y carreteras casi vecinales. Es impactante atravesarla por encima de decenas de coches y camiones estruendosos, rápidos; se alejan en un instante mientras nosotros bregamos con el viento de cara para avanzar los pocos metros que nos separan del albergue de Monasterio de Rodilla.


El pueblo parece haber venido a menos con la construcción de la autovía que lo ha orillado y dejado fuera de tránsito, a excepción de la vía de servicio que comunica con una gasolinera a unos 3 kms. En el bar donde nos darán las llaves del albergue la escena es como de los años 60. Trabajadores con mono tomando copazos de coñac, algún hombre de campo con un chato en la mano, gente del pueblo en zapatillas de andar por casa y alguna familia despistada que circulaba por la autovia que se ha desviado a este bar de aspecto trasnochado. Tiene un pequeño parque infantil en el interior al que le hace falta una actualización, sin niños dentro por supuesto. El camarero nos recibe con un 'hola chavales' lleno de energía. Pronto vemos que el tipo es un fuera de serie. Tiene 15 o 20 personas en el
bar y el solito es capaz de atenderlos a todos sin hacer esperar a nadie; ya está en la barra, al instante en la cocina atendiendo la plancha y al poco poniendonos otra ronda de botellines. Al principio pensamos que el tío está puesto pero no, es así, parlanchín y nervioso. Debe caer en la cama como un bendito.

Le encarga a un hombre altísimo, desgarbado, con manos como palas, que nos acompañe al alojamiento. Tiene una forma de hablar casi infantil y allí nos deja después de desearnos buenas noches. El albergue es modesto pero está muy bien, limpio, con ducha y vacío, por lo que ocupamos las dos habitaciones que tiene.

En el bar cenamos lo que hay, algunas cosas mejor que otras, pero eso sí, rápido.

Monasterio de Rodilla - Quintana Martin. (Frias) 10/08/19. 75 kms.

Track

La mañana está un poco gris. Hemos madrugado otra vez porque la etapa de nuevo es larga. Pero el bar todavía no está abierto. Tenemos que esperar. Un buen rato al final.

Por fin se abre una ventana y el tipo desgarbado y grande aparece por ella. Su envergadura hace pequeña la ventana y nos saluda extrañándose de que no haya venido nadie todavía. Bueno, está el, pero no tiene permitido hacer nada mas que abrir el bar. Por fin aparece un tipo enjuto, fibroso, con la misma clase de movimientos rápidos y nerviosos del camarero de ayer. Parece el mismo tipo metido en otro cuerpo,  aunque este habla mas tranquilo. No tiene nada para darnos de desayunar pero se ofrece a hacernos una tortilla. Lo hace y, al igual que ayer el otro camarero, lo hace al tiempo que pone en marcha el bar, atiende a los pocos parroquianos que aparecen por allí, a nosotros y nos cuenta que se turna con el otro chico para llevar el bar desde hace no muchos años. En poco mas de 30 minutos nos despacha y estamos pedaleando de nuevo.

El pueblo no tiene el nombre puesto al azar. Existió un monasterio en este pueblo del que solo queda la ermita de Santa Maria del Valle, en las afueras. El sitio es muy bonito, con un area recreativa escoltando la ermita románica que es, una vez más, otra de las maravillas con las que nos topamos en este viaje. El edificio me recuerda a algunos puzzles 3d que se venden en las tiendas de maquetas por lo típico de su silueta. Un coche irrumpe en la zona a toda pastilla, rompiendo el encanto del momento. La ermita funciona como iglesia y se va a celebrar una comunión. Las prisas con el coche, las fotos y el apresuramiento con la que se comporta la gente que acaba de llegar contrasta con la paz que se vivía hace solo unos minutos y nos vamos un poco disgustados porque nos hayan roto el momento.

La mañana está siendo agradable, hace fresquito y tenemos el terreno mayormente a favor. El siguiente hito es Poza de la Sal y nos aproximamos al pueblo usando una via verde, creo que se trata de la VV del Fc de Santander. Aparentemente es de nueva construcción pero esta increiblemente comida por la vegetación que crece a los lados de manera exuberante. Nadie la esta manteniendo, dentro de poco tendrán que reconstruirla.

Poza de la Sal está invadida de vehículos y gente tomando el aperitivo. No parecen turistas por lo general, debe ser gente de allí venida a pasar el fin de semana. Los coches estropean el encanto de los pueblos. Esto parece una esnobismo de alguien que solo los visita, que no vive allí. Pero es verdad. No entiendo como permiten destrozar el encanto de un lugar dejando acceder a decenas de coches que invaden las plazas y calles, estropeando el ambiente de un casco histórico y monumental. El pueblo no es tan grande como para no poder moverse a pie. No son conscientes de su valor. O si, y les da igual.

Visitamos la iglesia, que parece una catedral y salimos por una zona de lavaderos y abrevaderos muy curiosa. No vamos a retomar la VV, por el estado en el que está y por la cubierta del Moreno que nos hace ir con precaución


Oña esta cerca y nos plantamos allí en un momento. Está mas tranquilo que Poza, aunque el bar mas cercano al monasterio esta muy concurrido. Hoy vamos a comer de nuestras provisiones, por ir aligerando peso. El conjunto del Monasterio es imponente, enorme, atrae la mirada y parece absorber al resto del pueblo. Es de pago aunque no caro, pero el tiempo nos aconseja no entretenernos mucho y nos contentamos con disfrutarlo desde fuera.

Mientras estamos comiendo, chequeamos el camping donde pensamos dormir en Frias; cerrado. Y Frias esta en plena celebración de un mercado Medieval. Adivinamos dificultades para pernoctar alli por la gente y porque se preven lluvias durante la noche. En un pueblo cerca hay un albergue y nos dicen que tienen una habitación para cuatro, aunque tienen un campamento de chavales. Después de discutirlo, de manera vehemente ademas, desechamos la opción de hotel/hostal y llamamos al alberguista para que nos guarde la habitación.

Un pequeño desfiladero, cuesta arriba claro, hace que vuelva a maldecir este deporte después de comer. No dura mucho, afortunadamente. Tres, cuatro, cinco pueblines después llegamos a Tobera, pequeño barrio de Frias creo, con una pequeña ermita colgada en una oquedad y un puente ¿medieval? a sus pies. Una postal impagable, con el ruido del agua como banda sonora. Uno de esos rincones mágicos demandados por Instagram. De echo hacemos turno para conseguir la foto.


Y la entrada a Frias la hacemos al revés de lo que es habitual si uno llega en coche, lo que nos permite hacerlo mas tránquilos y cuesta abajo. Después de amarrar nuestras monturas en un sitio un poco apartado, nos perdemos entre la muchedumbre que invade el pueblo y disfrutamos de esta joya de pueblo con su castillo inverosimil por estar encaramado en una peña a la que, estoy seguro, solo accedían cabras y pájaros. Nos pegamos el gustazo de salir del pueblo atravesando el bello puente medieval con su torre defensiva/aduana, mientras sentimos que el tiempo va cambiando por momentos. Se levanta aire y se aproximan nubarrones que nos dejan algunas gotas.


El albergue está a 5 kms, y lo han abierto solo para el campamento que afortunadamente no es de muchos chavales y además es temático: ajedrez. Podría haber sido de batucada o algún tipo de niños cantores y la habríamos cagado. A cambio de chavales tranquilos nos meten en un cuchitril con 2 literas. Y la cena, pues bueno, es lo que les ponía yo a mis hijas y sus amigos en los cumpleaños, hamburguesa de super y patatas. A nuestro hostalero le ha salido bien la noche, a despachado las sobras y ha sacado un dinerito extra.

Quintana Martin - Villanañe. 11/08/19. 32 km.

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El desayuno también nos transporta a nuestra niñez: Krispies, ColaCao, galletas, y menos mal, tostadas (de bimbo claro).

Con esta gasolina y el día un poco brumoso iniciamos el pedaleo de otra jornada que sobre el papel no tiene dificultades. Y esta vez es así, sin sorpresas, por lo menos en lo físico. En lo paisajístico, pronto rodamos por el desfiladero del embalse del Sobrón, ya entrando en Euskadi. Las carreteras siguen sin apenas tráfico, todo el mundo debe estar en el Levante, lo que nos permite circular plácidamente casi en silencio si no fuera por nosotros mismos. Arriba nos sobrevuelan buitres, los vemos al alzar la vista para observar las paredes del bonito desfiladero `por el que rodamos. Nos lleva un rato atravesarlo por las paradas y las fotos. Poco a poco el valle se va abriendo y las paredes pierden altura y la central nuclear de Garoña nos saca de allí.


Y se puede decir que hasta aquí la etapa de hoy porque en un santiamén llegamos a el pueblo de Espejo que está muy cerca del camping donde pensamos dormir. Cuando lo atravesamos vemos un albergue nuevecito a la salida del pueblo y llamamos para ver si podemos pasar la noche allí y curiosamente nos dicen que está lleno. Cuando pasamos por delante parece desierto, alguna toalla puesta a secar pero ni rastro de nadie. Todavía extrañados, llegamos a un área recreativa con chiringuito a la orilla del río, un lugar de los que siempre deseamos encontrar en mitad de la ruta, aunque esta vez estemos tan cerca del final. Decidimos alargar la etapa en este lugar, aunque sea en tiempo no en distancia, y hacemos el aperitivo con Kelers, Estrellas Galicia y algún que otro pincho que, sin ser alta cocina, nos hace disfrutar del momento. Allí sentado en un banco de piedra, con la cerveza en la mano, dando cuenta  de alguna croqueta,, recolocando la sombrilla porque el sol pica cuando sale, hablando de alta cocina campista (técnica de la doble cocción, necesaria para que el risotto de sobre quede como en Milán),  pienso que realmente hace falta poco para sentirse bien. O mucho, según se mire. 

Después de incluso sestear un poco, enfilamos la carretera que nos va a dejar en el cámping de Angosto, cerca de Villanañe. En la recepción nos hacen una mueca, como cuando te dan a entender que tenías que haber reservado. Ganas de hacerse los interesantes; estan ampliandolo y es verdad que la parte antigua está atestada, pero tienen una inmensa explanada que incluso nos gusta mas que estar rodeados de autocaravanas. Apenas tenemos tiempo de terminar de montar las tiendas porque se desata un buen chaparrón y allí nos quedamos un rato, cada uno en su refugio. Doy fe, y no es la primera vez, que las tiendas baratas del Decathlon aguantan la lluvia.


Las duchas son unas casetas prefabricadas en excelente estado y limpieza, pero no hay quién adivine cual es la correspondiente a chicas o chicos. Los símbolos que han colocado son dignos de jeroglífico egipcio. Si formara parte de un test de Roschach y ahí vieras un símbolo inequívocamente masculino o femenino te tacharían de obsexo. Estoy secándome y una señora irrumpe en el que nos hemos metido: 'me parece que os habéis colao, a mi también me paso el primer día. No importa tranquilos, no he visto nada, jajaja'. Ya afuera y dándole vueltas al simbolito de la puerta le encontramos algún sentido. No hay duda que quieren mentes despiertas en esta zona de Euskadi.

Soltamos piernas con un paseo aunque no sería necesario. Ha sido la etapa mas corta de este viaje y la verdad, yo estoy bastante fresco. Los alrededores son agradables, empieza a predominar el verde y el contraste entre el atardecer y las nubes oscuras hace resaltar el paisaje. El pueblo cuenta con una casa-torre fortificada imponente, de aspecto macizo, que domina gran parte de los alrededores.


El bar está estupendo y muy animado, menos mal que en la primera ronda de botellines nos da por reservar una mesa. Al momento de pasar nosotros hay un montón de gente esperando. Pero el restaurante se queda en promesa, tardan eones en servirnos y lo hacen a cuentagotas. Nos amargan la noche.


Villanañe - Vitoria. 12/08/19. 42 kms.

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El desayuno también es reguleras. Pero es la única opción. El restaurante se ha quedado en apariencia, no merece una recomendación.

Deshacemos parte del camino para tomar una carretera secundaria desde Espejo para acercarnos al pueblo de Tueste, donde sabemos que hay otra iglesia románica que visitar. La estamos viendo por fuera, pues esta cerrada, y cuando estamos apunto de irnos aparece una pareja de extranjeros y al momento un señor ya mayorcete que abre la puerta para enseñarsela por dentro. Viendo que no hacemos ademán de movernos el hombre nos llama: '¿Qué? ¿No queréis aprovechar y verla por dentro?' Claro que queremos, estamos como alelados, medio subidos en la bici, unos y otros simplemente mirando al trio.


Esta es una de las experiencias con el arte mas intensas que he vivido nunca. Otras veces nos han interpretado una iglesia (recuerdo una en Zaragoza con un párroco traduciendonos una portada que en realidad era un calendario agrario memorable), pero esta se sale de lo común. El tío conoce la iglesia como la palma de su mano y nos explica el retablo de abajo a arriba, de derecha a izquierda incluso por detrás; todas sus singularidades, efectos que quería causar el artista, ángulos premeditados, en fin una gozada. Y continúa por fuera, explicándonos casi figura por figura, cada una de las arquivoltas y capiteles. Cuando termina, fácilmente ha pasado mas de una hora. Me ofrezco a contribuir con un donativo para la conservación, pero con un ademán seco lo rechaza. Solo pretende dar a conocer la iglesia, piensa que es su mejor salvaguarda.

A todos nos ha impresionado y tenemos tema de conversación para unos pocos kilómetros después de dejar Tuesta. Pocos porque enseguida llegamos a Añana, con sus formidables salinas. Todo un sistema de piscinas y canales que aprovechaban los manantiales salinos de la zona para explotar la sal de sus aguas. La zona debe medir varias hectáreas y la carretera nos permite contemplarlas como si las miráramos desde una terraza. Me recuerdan un poco a las minas de la pelicula Indiana Jones y el Templo Maldito. Esas asociaciones extrañas que hace el cerebro en ocasiones.


Queda poco para llegar a Vitoria y ya hemos agotado todas los atractivos de la etapa de hoy. A medida que nos aproximamos a la ciudad la carretera gana en tráfico y anchura. Comemos unos pinchos en un bar de Nanclares, dignos, pero tampoco para tirar cohetes, lo mejor las croquetas (bar Kronos).

Para evitar carreteras y cruzar la A1 tomamos un camino a modo de vía de servicio de la autopista que nos va a dejar en las afueras ya de Vitoria. Lo peor, tenemos que atravesar un gigantesco polígono industrial. Después de todo lo visto días atrás se me antoja una penitencia por todos los paisajes maravillosos que nos ha ofrecido el viaje. Menos mal que aparentemente se han puesto todos de acuerdo para irse de vacaciones, porque está desierto, todo repleto de remolques de tráiler esperando que los enganchen, los portones y las persianas metálicas cerradas. Todo tiene un cierto aire apocalíptico, como si una catástrofe hubiera barrido todo vestigio humano y solo quedara el metal y el cemento indemne.

Después del polígono ya empezamos a enganchar carriles bici de una ciudad amable con las alternativas al coche y pronto nos plantamos en las inmediaciones del casco histórico y la catedral, donde está nuestro hostal (hostal El Arquitecto). Intentamos usar uno de los parkings de bicis cerrados que hay en la ciudad pero solo hay sitio para una bici, está atestado. El hostalero se las ingenia para dejar 2 en una especie de falsa pared que hay en el portal y las otras dos las metemos en el hostal. Tipo curioso el hostalero, viajero empedernido durante toda su vida, nos cuenta algunas experiencias que a mi me parecen increíbles: ¡se ha ido a pié a Jerusalem!. De carácter cercano y parlanchín, casi agradezco la llamada de teléfono que interrumpe su narración, amenazaba con no tener fin y nosotros tenemos que visitar la ciudad. Nos deja debido a la llamada y por fin podemos visitar esta ciudad señorial por un lado y un poco barriobajera en su casco historico.

Nos las prometemos felices en esta ciudad con fama de bares de pintxos. Pero está a medio gas porque es lunes y acaban de celebrar su semana grande. Muchos bares están cerrados por descanso o por vacaciones, por lo que nos queda una experiencia incompleta: algunos bares despachando las últimas existencias, otros abiertos porque son medio franquicias y el último que nos salva la noche aunque nos cocemos en el interior. Siempre nos quedarán los helados. Ya somos viejunos.


Epilogo

Si no fuera por la confabulación de Julio y More en el diseño de ruta, este viaje no hubiera sido posible. Ni ninguno. Víctor y yo les acompañamos y entre todos construimos una experiencia única. Y distinta cada año porque algunos actores cambian, pero ellos son el denominador común.

Si no fuera por este blog todo quedaría perdido y mezclado en el batiburrillo de mi memoria.






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