Viajeros, Soria-Donosti
A veces pensamos en estos viajes como originales en la forma de unir un inicio y un destino. Estos puntos de comienzo y final a veces tienen peso y personalidad por si mismos como excusa del viaje. Otras solo sirven como punto de partida y final para visitar una comarca. Al finalizar el viaje siempre sacamos la misma conclusión. Lo realmente importante es el trayecto en si mismo y si podemos darle un sentido al viaje pues mejor, pero sino el propio camino y lo que nos ofrece justifica plenamente la experiencia.
Soria-Vinuesa 15-08-16 (35km)
Track
Salimos en furgoneta desde el parking cercano
a la estación de metro de Aluche. Este año se une Chema, viejo amigo de mis
compañeros que retoma las salidas largas en bici. Somos 6. Este año la
acampada, como la llama Moreno, esta poblada.

Salimos sin más novedad, con buen humor y
charlatanes, que para eso estamos empezando el viaje. Se empieza a adivinar lo
que es Soria, un gran bosque en medio de la península. Los eslóganes
publicitarios de esta región empiezan a tomar sentido. El trayecto no nos
depara novedades y en poco tiempo alcanzamos el embalse de la Cuerda del Pozo.
Aquí empieza a llover un poco al principio, cayendo un pequeño chaparrón
después, corto pero intenso, que nos hace sacar los impermeables.
Alcanzamos Vinuesa y nos encaminamos al
camping, un poco cutre, no hay parcelas y únicamente tenemos que elegir el
sitio entre los grandes árboles. El ambiente y el suelo están húmedos y es un
poco desagradable montar las tiendas en estas condiciones. El camping tiene
piscina, pero no hay huevos a estas horas de la tarde.

Amanece fresquito,soleado, pero poco a
poco la mañana irá cogiendo temperatura. Aprovechamos los débiles rayos de sol
para secar las tiendas, toallas y todo aquello que ha quedado húmedo por el rocío y la lluvia de ayer. Me cuesta organizar mis cosas, hace ya un año que no practico el arte de sacar y meter cosas de las alforjas. Termino vaciandolas y recolocando todo, para darme cuenta al final que necesito el cortavientos que he metido al fondo. En fin... Desayunamos en el bar del camping sin grandes honores, y reiniciamos ruta.

El calor aumenta conforme avanza la mañana, y
con él vienen las moscas y los tábanos. En las subidas siempre sufrimos a estos
insectos merodeando alrededor de nuestras cabezas. Vamos despacio y a ellas no
les cuesta trabajo acompañarnos. Los tábanos de esta zona además no se detienen
ante nada, son los boinas verdes de los tábanos. Vienen derechos a por ti, no
titubean ni revolotean, se posan y te muerden. No se paran ni teniendo el maillot
por medio. Intento aplastar a alguno que incluso atraviesa mi guante. No los
había sufrido nunca tan voraces.
Las dos últimas curvas de herradura marcan el
final del puerto. Es el tramo mas duro. Veo a Keko y a Chema apoyados en una
valla de madera en la cumbre con apariencia de haber llegado hace siglos. La
cima es una especie de estación invernal, pequeña, pero con un remonte y todo.
También hay un restaurante donde nos sentamos en unas hamacas en la terraza a
esperar a los demás. Pronto aparece Moreno y un ratín después Julio. Sergio no
viene. Después de unas coca-colas y aquarius Sergio no viene. Nos asomamos a la
terraza del restaurante que tiene una buena vista la carretera y vamos viendo
llegar o pasar a otros ciclistas. Pero Sergio no viene. Preguntamos a la gente
que va llegando en coche:
-Si, ¡le hemos visto!. Está ahí
mismo, detrás de la penúltima curva, a 200 mts.
-Y que hace?
-¡Nada!
-¿Nada?
- Esta parado, con la cabeza
apoyada en el manillar, no se mueve.
Keko baja a por el, se sube su bici y el
aparece andando detrás desencajado, arrastrando los pies y con los brazos
caidos.
-¡No puedo más! Mañana me voy, me cojo un taxi y me
voy.
Después de tomarse una Coca-cola, vomitar y
tomarse otra CocaCola y algún fruto seco esta mas calmado. Se había tomado un
gel en plena subida y se le había atravesado, su cuerpo no consiguió asimilarlo.
Unas palmaditas y vuelve a sonreir. Hemos recuperado a Sergio.
Iniciamos la bajada, en algunos momentos muy
pronunciada, con unas vistas espectaculares, vamos deteniéndonos para hacer alguna foto. Pronto
alcanzamos Montenegro de Cameros, pueblo pequeñin pero con encanto. Comemos en
un bar de la carretera y damos buena cuenta de los ibéricos que nos ha traido
Keko de Fregenal. La señora del bar tan feliz viendo como no hacemos mas que
pedir botellines y vino y casera.
Continuamos disfrutando del paisaje, esta
zona es muy bonita. Pasamos varios pueblos, todos con el apellido ..de Cameros
y en Villanueva, pueblo con un hermoso puente de piedra y una zona recreativa
al lado del río muy apetecible, comenzamos el tramo final de la etapa con una
subida muy suavecita. Antes de llegar a Ortigosa de Cameros nos desviamos a una
zona recreativa que hay al lado del embalse de Gonzalez la Casa. Allí hacemos
las localizaciones para pasar la noche y nos pegamos un baño en la zona
habilitada para ello. Es un lugar muy chulo.
La zona elegida para
pasar la noche es una pequeña zona recreativa con fuente y mesas de piedra, al
lado de la entrada de la zona del embalse. Discreta y solitaria. No podemos
pedir más. Desplegamos las tiendas, cenamos de infernillo y hacemos
experimentos de fotografía sin luz. Resultados fantasmales.
Desayunamos en Ortigosa en el único bar
abierto. Otra vez sin pena ni gloria, en el bar apenas tienen nada que acompañe
a los cafés. Menos mal que la tienda está al lado, abierta y en el que pensamos el rincón mas bonito del pueblo. Allí compramos algo de avituallamiento y salimos.
Nada más dejar el pueblo empezamos a subir el pequeño
puerto de Peña Hincada que nos sacará del estrecho valle donde está Ortigosa.
Arriba nos encontramos con Josechu, un ciclista con maillot de piel (iba sin
camiseta) y con una bici de hace unos añitos. Nos cuenta que ha viajado con su
bici incluso por Africa. Debe tener como 60 años, pero tiene un aspecto
envidiable. Saca una camiseta de algodón de manga corta roída y se la pone para
bajar por donde ha subido ‘¡es que ahora para el descenso hace frio!’ nos dice.
Continuamos ahora llaneando y el paisaje se
va abriendo. Salimos a una zona pelada de vegetación con un paisaje agreste y
duro donde está el puerto propiamente dicho. El aspecto desolado de las
montañas que nos rodean nos da una idea de lo crudo que debe ser aquí el
invierno. Todo esto debe estar nevado o castigado por el viento durante unos
cuantos meses al año.
El descenso es bastante pronunciado hacia
Brieva de Cameros donde rellenamos bidones. Al reiniciar la marcha, mi camiseta
cae entre los piñones y se enreda bloqueando la rueda. Queda destrozada, aunque
la guardo por si hiciera falta algo de abrigo. Con ella puesta parece que he
sido atacado por un oso. Esto nos retrasa por lo menos 20 minutos. Llaneamos
paralelos al rio Brieva y después al rio Najerilla. Ya vamos teniendo hambre y
esta parte de la etapa se nos hace pesada. Alcanzamos Anguiano y entramos en el
restaurante Valdevenados a pie de carretera. El tipo de la barra nos dice que
bajemos al comedor que ya va siendo tarde. El menú nos deja satisfechos, en
especial los caparrones, un tipo de alubia pinta del lugar que nos deja un muy
buen sabor de boca.

En el siguiente pueblo ya algunos no pueden más y paramos en una plaza al lado de la carretera a dormitar un poco. Los caparrones hacen que ni nos enteremos de los camiones que pasan a nuestro lado y, yo por lo menos, consigo quedarme dormido un ratito.
Reanudamos la marcha.
Son las 6 y poco de la tarde y nos quedan una jartá de kms. todavía. Vamos
atravesando pueblos y el acumulado que llevamos de kms y horas me hace
acordarme del sillín de mi nueva bicicleta. ‘Carlos, los experimentos con
gaseosa. Con el viejo sillin de mi Orbea esto no estaría pasando’. Tengo el
culo como un mandril. La llegada a Cenicero es eterna. Para colmo, al preguntar
cuanto queda a un agricultor al que sobrepasamos nos dice ‘ no, no queda mucho…
¡Tó pa’rriba!’. Me hunde.

Ya dentro del pueblo nos damos cuenta que va
a ser complicado dormir. Es un pueblo grandecito. La plaza está con mucha gente
yendo y viniendo, con sonrisas y mejillas coloradas que delatan que el
aperitivo se ha alargado este Domingo en Elciego. Deben ser la 19:30 de la tarde y todavía estan recogiendo lo que parece haber sido una comida vecinal en la plaza.

Buscamos el frontón para dormir. Sin duda
nuestra peor noche. El frontón esta en medio del casco urbano del pueblo y los
chavales de este pueblo trasnochan, no nos dejan dormir, son ruidosos.
Imaginamos que al igual que a nosotros a los vecinos también les tienen que
estar molestando, pero no se cortan y continúan dando balonazos, pegando voces
hasta la madrugada. Y ya cercana la mañana los menos chavales llegando de
marcha y seguimos con las voces y gritos. Después de una etapa tan larga y
apenas podemos descansar. Una noche para olvidar.
El camión de la basura nos ¿despierta?. Tengo la
sensación de estar en una nebulosa del sueño que tengo. Mis compañeros no
parecen estar mucho mejor y van recogiendo silenciosamente los
bártulos un poco zombies todavía. Poco a poco van saliendo las primeras
palabras y vamos entonandonos, el enfado por la noche pasada nos va
espabilando. Está un poco nublado y la temperatura es agradable. Desayunamos en
el bar un poco mejor que en días anteriores. Aquí por lo menos hay tostadas.
Nos encaminamos a Laguardia con las nubes
intentando saltar la sierra de Cantabria al fondo. El haber madrugado
hace que lleguemos muy prontito a la ciudad y todavía esta muy tranquila. Nos
tomamos un rato para visitar este bonito pueblo muy cuidado, con estrechas
callejuelas que recuerdan perfectamente su origen medieval. El olor a pan nos
despierta otra vez el apetito y nos hacemos unos bocadillos que comemos en un
mirador fuera de las murallas.

En Elvillar, comprando pilas, soy testigo de
una conversación surrealista sobre el suicidio de un conejo y me tienen
esperando turno en la tienda casi 20’ .
La gente utiliza sus compras para socializar y hasta me enseñan una foto del
conejito. Somos tres clientes y al final utilizo un silencio en la conversación
para pedir mis pilas e irme.
La etapa no tiene mayores novedades, es muy
cómoda y lo agradecemos después del etapón de ayer. Incluso nos planteamos la
posibilidad de continuar mas allá de nuestro destino previsto pero decidimos
darnos un descanso.
Ya en Santa Cruz de Campezo nos dirigimos a
la piscina donde comemos algo (otra vez). El sonriente camarero del bar de la
piscina incluso nos hace pan que tenía precocinado y congelado. No deja de
reirse el condenao. Nos pegamos un bañito en la fantástica piscina del pueblo,
repleta a estas horas de la tarde. Sesteamos, nadamos, alguna cervecita y
ojeamos el inmenso frontón cubierto que hay al lado de la piscina. Con un poco
de suerte eso será nuestro hotel de esta noche.
Cenamos bastante bien en la hamburguesería
Oxido. La carne bastante jugosa y los vinos muy decentes. Una señora que sale
del local se dirige a nosotros preguntando si nos había gustado la comida. Se
identifica como la madre de las dueñas del local. Al ver que somos de Madrid
intenta reivindicar todos los tópicos que se supone que tiene el Pais Vasco: un
pais extraordinario, precioso y hospitalario. Incluso ofrece las camas que
tiene vacías en su casa. Keko la cala enseguida, la pone a prueba y acepta la
oferta. A la señora se le congela la sonrisa y que si no tiene preparada la
casa, que si no tiene sábanas, que si la pilláramos en otro momento, que qué
iba a hacer ella con tanto hombre en casa…. Keko no suelta la presa y le dice
que no pasa ná, que en el suelo del salón también estamos bien, tenemos equipo
y esterillas. La señora ya no sabe como recular y busca ayuda en la rodilla de
Julio quien de momento permanece impasible. Finalmente, la hospitalaria euskaldún
se sale por la tangente y consigue irse. No creo que se la ocurra otra vez
ofrecer su casa tan falsamente.
El frontón esta oscuro y silencioso y la
piscina ya cerrada y solitaria. Probamos la puerta y se abre, nuestro sonriente
camarero no ha sucumbido a los humos del cannabis y se ha acordado de nosotros.
Nos esparcimos por todo el local para pasar la noche que se adivina tranquila.
Según estamos recogiendo aparece un operario
del ayuntamiento a limpiar el frontón. Se sorprende al vernos y llama
inmediatamente al concejal de turno a quien le calienta la oreja a protestas.
El concejal llamará a su vez a la chica del bar según nos dice el barrendero, esperemos
no haberla metido en ningún lío.

Salimos del pueblo y vamos atravesando otros
como San Vicente de Arana o Contrasta, pequeños y con iglesias considerables,
dando fé de la importancia que debieron tener en el pasado.

Nada que destacar en esta mañana excepto que
se va presagiando un cambio de tiempo. Lentamente van apareciendo algunas nubes
que de momento no tienen aspecto amenazador.
Llegamos a Eulate y aquí comeremos en un
bonito bar un decente menú del dia. La chica que nos atiende no nos sonríe ni
una sola vez, al contrario que a otros clientes del local. No sabemos si es
defensa ante un posible comentario fuera de tono de un grupo de ‘chicos’ (Estamos todos en la cuarentena y casi
algo mas) o que la chica es así de siesa con quien a primera vista le causa
desagrado
Hacemos sobremesa en la terraza del
restaurante charlando con los clientes habituales. Estamos cada vez mas al
norte y se nota la afición a la bicicleta, enseguida salen temas en común y
quien mas o quien menos tiene experiencia con la bici en alguna de sus
modalidades.

Continuamos hacía lo que será la gran atracción de la etapa : el parque natural de Urbasa y su espectacular Balcón de Pilatos. Nos apróximamos a él por una bonita carretera con unas cuantas herraduras. En cada una de ellas vamos viendo anticipos de lo que será la panorámica arriba. Dedicamos un buen rato sentados contemplando el valle, a veces comentando el espectáculo o simplemente dejando volar la vista.
Lo que viene después es un cambio de paisaje brutal, una zona de hayedos prototipo de lo que sería el escenario perfecto de un cuento de hadas, en algunas zonas tan cerrado que sobrecoge. No me extraña que este paisaje sea cuna de creencias mitológicas, de basajaunes y aquelarres con la diosa Mari de protagonista. Es un territorio misterioso.
La etapa llega a su fin en el camping de Venta de Urbasa, que afortunadamente tiene albergue por lo que nos ahorramos montar las tiendas. Además, y como se confirma mas tarde, las previsiones son de lluvia. Las instalaciones del camping son muy completas, aunque la habitación es un poco pequeñaja. Cenamos en el casi atestado restaurante del camping y poco más.
Venta de Urbasa – Ermita de
Saturdi (Zaldibia) 20/08/2016 (32 kms)
Llueve.
Desayunamos bastante bien en el restaurante del camping. Nos pueden las
tortillas de patata que hacen por aquí (¿españolas?). Sigue lloviendo.
Protegemos el equipaje y descendemos hacía Alsasua. Aquí somos testigos de una
tradición que se dá de Mayo a Septiembre en la parroquia de la Asunción. Durante
15 ó 20 minutos a las 12, las campanas inician un repiqueteo interminable que
anunciaba en el pasado la hora de comer a todos los campesinos que se
encontraban trabajando en las tierras de alrededor, según nos informa un vecino
del pueblo. La tradición era muy antigua, pero se había perdido al pasar a ser
Alsasua un pueblo más industrial. La han recuperado no hace mucho.
Dejamos Alsasua un poco mareados de tanta
campana e iniciamos un tramo paralelos a la autopista alternando lluvia y calma
chicha. La temperatura es muy agradable por lo que la lluvia no nos incordia
demasiado, aunque después de una hora y pico paramos en un bar a pié de
carretera donde nos tomamos un caldo ‘¡redios!’ en palabras del dueño del
local. A todos nos encandila la hija del dueño, demostrando que una persona
puede ser atractiva no solo por su
físico si no también por la simpatía y lo encantadora que se sea. El contraste
con la camarera de Eulate con su fisico como aliado es de goleada a favor de
esta chica.
La
carretera es tranquila y sin grandes desniveles por lo que, a pesar de la
lluvia, nos cunde bastante. Alternamos pueblos con grandes poligonos
industriales y paisajes de postal.
A la hora de comer estamos en Zegama y
buscamos sitio para hacerlo. A la entrada del pueblo nos encontramos una
curiosa estampa que al principio tomo por una de esas esculturas de personas en
actitud cotidiana que se pueden encontrar en algunas plazas, pero que según nos
acercamos se torna real. Toda una adaptación al medio. Puede que caigan unas
gota, puede que haya sol… ¡Solucionado¡
Hay varios bares, pero
el único que dan de comer está a rebosar. Algunos han tirado para delante y les
hacemos volver porque un paisano nos avisa que es el único sitio en unos
cuantos kms. No quiero recordar las palabras de Julio al verse obligado a
desandar los 2 o 3 kms que había recorrido. Una vez juntos comprobamos que el
precio del menú es de boda, nada asequible. La mirada
de Julio nos fulmina al decidir continuar sin comer hasta encontrar un sitio mas
acorde a nuestra economía. Al menos es cuesta abajo y además hay carril bici.
Decidimos meternos en Segura y allí encontramos el hotel Izama, con una coqueta
terraza donde decidimos parar a preguntar. De nuevo el precio del menú es
exagerado, es fin de semana y todo está multiplicado. Como está vacio les
proponemos lo de siempre, que nos permitan comer de lo nuestro en la terraza y
les pediremos la bebida. Un ligero titubeo pero menos es nada. Nos permiten
quedarnos y la verdad que disfrutamos de un buen rato
en la magnifica terraza
bebiendo vino y consumiendo patés, queso Idiazabal y embutidos que habiamos comprado por el
camino.
Después de descansar un ratito atravesamos el
pueblo que es una pequeña maravilla de casas y palacios blasonados. Es curioso
como el azar de encontrarnos en este punto a la hora de comer y el no haber
encontrado un sitio donde hacerlo previamente, nos hizo conocer este bonito
lugar. Probablemente hubiéramos pasado de largo ya que el carril bici y la
carretera lo dejaban a un lado. Seguimos
adelante, atravesando ahora pueblos mas grandes, ciudades mas bien, donde se ve
que la economía funciona. Algunos equipamientos, como los frontones, son casi
lujosos; las plazas cuidadas; en las afueras poligonos industriales con
carriles bici y las carreteras bastante transitadas. Lazkao, Beasain, Ordizia,
apenas hay transición entre ellas.
A
kilometro y medio de Ordizia entramos en Zaldibia y parece que entramos en un
mundo mas rural. La plaza, grande con un frontón al fondo y al lado una iglesia
con galeria, ideal para dormir. Unos botellines en la plaza nos hacen cambiar
de opinión. Los chavales que hay a nuestro lado nos hacen sentir incomodos; con
toda su estetica abertzale y las miradas de reojo, nos hacen desconfiar sobre
la idea de dormir expuestos a todo el mundo. La gente mas adulta, al contrario,
se muestra mas amable y con la indiferencia que nos gusta. Decidimos subir a la
ermita a la que teníamos planeado llegar. Esta aislada del pueblo en un alto
con un par de caserios alrededor. El sitio es ideal. Después de hablar con los
dueños del caserio de al lado para informarles de nuestra presencia, nos
desplegamos en el soportal de la ermita. Keko y yo volvemos al pueblo a por un
par de botellas de clarete. Keko nos deja mañana. Ha decidido volver y se
quiere despedir como dios manda. Cenamos con charleta y buen ambiente animados
por el vino, alegrándonos de haber subido hasta esta ermita que es el paradigma
de lo que siempre buscamos para pernoctar.
Ermita de Saturdi –
Lekunberri 21/08/2016 (44,3 kms)
Para
redondear nuestra decisión de pernoctar en la ermita, un precioso amanecer
brumoso nos da los buenos días. Tomamos alguna barrita y enseguida empezamos a
pedalear. Vamos subiendo al alto o campa de Larraitz observando como va
deshaciéndose la niebla a medida que sube al sol, descubriéndonos poco a poco
el bello lugar que transitamos, dando paso a una mañana brillante y cristalina.
Un soberbio pico se va apareciendo a nuestra derecha y se termina mostrando completo
cuando llegamos a Larraitz. Desayunamos
aquí y nos interesamos por ese pico y por el lugar: ‘¡Pues que va a ser!…¡ El
Txindoki joder ¡ .. nos informa el dueño del bar donde hemos parado. Nos mira
como si fuéramos de otro mundo por no conocer el sitio donde estamos. Ya de
manera mas tranquila, otro ciclista nos informa que el lugar es un sitio
clásico del montañismo vasco, punto de entrada a la sierra de Aralar y así lo demuestran los coches que van
atestando el lugar.

Salimos de allí y atravesamos el coqueto pueblo de Abaltzisketa que tiene toda la pinta de vivir del vecino Txindoki. Vamos un poco espoleados por Keko que tiene que llegar prontito a Lekunberri, donde le recogerán. Al inicio de un pequeño alto se despide, va a hacer la etapa en la mitad de tiempo que nosotros. Nos viene grande el Keko. Le noto a partes iguales contento y triste por dejar el viaje antes de terminar, pero convencido de que es necesario regresar. Lo realmente importante es haber compartido aunque sea parte del trayecto. No se lo ha perdido aunque ahora tenga que interrumpirlo.
Atravesamos
un par de pueblos de postal vasca, en uno de ellos, en Altzo, somos testigos de
una bonita estampa. Dos niñas de unos 10 años estan jugando pelota contra la
pared de la iglesia con sus manos desnudas. El tamaño de sus manos indica que
no es la primera vez que lo hacen y de vez en cuando interrumpen su juego para hacerse
confidencias al oído, como he visto hacerlo alguna vez a alguna de mis hijas
cuando eran mas pequeñas, solo que ellas jugaban con sus muñecas.
Después
de un pequeño descenso llegamos a una carretera en muy buen estado y con poco
tráfico, paralela al río Araxes, sin desnivel y muy agradable de rodar. Tiene
también mucho transito ciclista que nos va saludando cuando se cruza con
nosotros. Vamos buscando ya donde comer, es Domingo y ya hemos comprobado que
será difícil comprar pan. Paramos en un bar, pero el dueño nos dice que está
completo y que probemos en el siguiente pueblo aunque augura que será lo mismo.
Es domingo y los locales salen fuera a comer. Nos vende unas barras de pan por
lo menos, que nos servirán en caso de emergencia. El siguiente pueblo es Betelu
y el bar-restaurante está a reventar de gente tomando el aperitivo. La señora
encargada nos dice que imposible, lo tiene todo alicatao. Nos quedamos a tomar
una cerveza antes de irnos y una mesa queda libre a nuestro lado. Al vernos
sentados la señora aprovecha y, como si no nos hubiera dicho que era imposible,
nos pregunta si al final hemos decido quedarnos a comer. Pues aprovechamos
nosotros también y comemos cómodamente. Nada del otro mundo, pero hoy no teníamos
gran cosa en las alforjas y lo agradecemos.
Quedan
pocos kilómetros para terminar, pero lo que queda es un pequeño puerto, por lo
que tampoco alargamos mucho la siesta. Lo iniciamos con buen talante y pronto
lo superamos. Tiene alguna rampa seria pero Keko
nos lo había pintado peor en un whasup y se nos hace relativamente fácil
superarlo. Solo queda el descenso y entramos en Lekumberri donde dormiremos en
el camping que cuenta con albergue. Es el inicio de la via verde de Plazaola y,
aunque no está lleno, se nota que es un gran atractivo turístico y el camping está con ambientillo.
Una vez
instalados, nos damos una vuelta por este coqueto pueblo lleno de casonas
blasonadas y una bonita iglesia.
Muchas
de estas casonas están abandonadas y su deterioro es evidente, pero otras
continúan habitadas y hablan de lo próspero que debió ser este pueblo en el
pasado. Cenamos en un bar del pueblo, sin pena ni gloria, y regresamos al
camping a dormir. A pesar de lo angosto de nuestra habitación,
siempre que dormimos en un albergue se nos antoja un hotel. Cambiar el suelo y
la estrechez de la esterilla por un catre ligeramente mas ancho pero mullido es
un lujo asiático. Dormir a la intemperie tiene sus atractivos si el tiempo
acompaña, pero a la segunda o tercera noche se agradecen las comodidades,
aunque sean mínimas, de un camping.


Atravesamos Andoain y sus poblaciones anexas,
por una carretera repleta de tráfico y estrecha pero ya estamos en pleno Pais
Vasco y aquí nadie se impacienta con nosotros, simplemente esperan para
rebasarnos sin más. Aquí están acostumbrados a convivir con la bici. Sabemos
que nos espera un alto que a priori y sobre el papel no es duro. Empezamos a
subir y afortunadamente en esta carretera hay menos coches, pero los kilómetros
pasan y aquello no termina. Vamos separándonos, cada uno a su ritmo y cada
curva y reviraje parece señalar el fin. Pero no. Seguimos ganando altura y la
carretera se enrosca sucesivamente en una ladera nueva. Cuando no parece tener fin,
la pendiente suaviza y allí paro junto con Chema al lado de un murete. Un
vistazo en uno de los entrantes nos descubre una nueva área recreativa cubierta
de césped y mesas. Una fuente al fondo nos llama solitaria y allí vamos a
mojarnos. Aparecen el Moreno y Julio y de Sergio ni rastro. ‘Se ha rallado’,
así nos lo dicen los dos, ‘está ahí adelante, cabreado con el mundo’. La verdad
es que le comprendo, no nos esperábamos esta subida, ha sido un puerto en toda
regla. Estamos en el parque natural de Pagoeta y es un sitio bonito y agradable
por lo que pasamos un rato recuperandonos. Es lugar de transito ciclista y alli
estamos viendo pasar a unos cuantos.

La parcela está bien y el camping atestado, todo
gente joven, nada que ver con el turismo familiar de otros camping. Casi esta
haciéndose de noche y nos damos prisa para acercarnos a la playa, tenemos ganas
de pisarla. ¡Buena elección! La playa es
estupenda y todavía queda mucha gente viendo el atardecer y surfeando, no nos
lo pensamos mucho y nos remojamos en un mar con olas y divertido. Allí Chema vuelve
a hacer alarde profesional y consigue una magnífica foto con mi móvil. Impresionante lo que se puede hacer con una patata.
Después de ducharnos, nos acercamos a Zarautz
a cenar. Nos damos un buen paseo, ya que el camping está algo retirado del
centro. Nos decepciona el pueblo, nos lo esperábamos algo mas pintoresco.
Cenamos de pintxos con la percepción de que están dejando de ser algo popular,
hay que dejarse los euritos para comerse cuatro o cinco y no quedarse con hambre.
Volvemos a dormir al camping y nos sorprende que
todo el mundo esté durmiendo a pesar de estar poblado de gente joven. Llegamos
a la conclusión de que el objetivo de toda esta gente es únicamente surfear y
es un deporte exigente que requiere descanso. El ciclismo también lo es, por lo
que no nos entretenemos mucho.
Levantamos
campamento y nos vamos a desayunar al bar del camping.
La
última etapa. El hecho de saberlo creo que nos despierta las ganas de terminar
este viaje y nos pone contentos porque sabemos que hoy es el día que esto
acaba. Julio dice que cuando estas en medio del viaje podrías estirarlo muchos
dias: levantandote, pedaleando, comiendo, vuelta a pedalear y a dormir. Asi
jornada tras jornada, te metes en una rutina en la que te da igual cuantos dias
lleves y podrías alargarlo lo que quisieras. Los momentos mas intensos son la
etapa inicial ó incluso el segundo dia, en la que hay una mezcla de sentimientos
negativos y positivos: te preguntas que haces ahí durmiendo en el suelo; o
estas medio eufórico por lo que te pueda deparar el viaje; y tambien la etapa
final, contentos por acabar sabiendo que al dia siguiente vas a cambiar de
compañías y vas a descansar en al menos un lugar conocido y confortable.
La
salida de Zarautz es de lo más estresante, hay mucho tráfico y es cuesta
arriba. Aunque pronto vamos a enlazar con un carril bici que hará mas tranquila
nuestra marcha. Esta gente del norte, de Euskadi, nos lleva años de diferencia
a los castellanos en esto entender la bici como medio de transporte.
Zarautz-San Sebastian prácticamente es carril bici. Al poco de dejar Orio ya
enlazas con una via ciclista que nos dejará en Atzobakar, donde en la estación
de tren y después de pasar al otro lado de las vias utilizando un ascensor y
una pasarela, tomaremos un carril bici propiamente dicho hasta Donosti.
Pedaleamos
unos kilómetros tranquilamente y al poco desembocamos en la playa de la Concha,
abarrotada hoy debido al buen tiempo. Nos hacemos alguna foto y nos contagiamos del buen ambiente que se
respira en el paseo marítimo.
Vamos en busca del hostel discutiendo si es mejor
comer antes o después, si nos tomamos ahora una cerveza o luego, si nos duchamos
antes o después de comer….. ¡vaya polémicas trascendentales!. Damos con el
hostel y a la vez algunos indagan donde comer preguntando a los nativos. Unos
abuelotes nos recomiendan un pequeño restaurante después de discutir entre
ellos si otras opciones están cerradas por vacaciones o han cambiado de dueño y
ya no es lo que era. Nos quedamos con la dirección y llegamos mas o menos al
acuerdo de descargar bicis y salir después a comer. La recomendación de los
abuelotes resulta ser un acierto y comemos divinamente en el restaurante.

Por la
mañana recogemos y cargamos bicis y equipajes. Sin problemas. Ya tenemos
experiencia y pedimos los coches apropiados para que nos quepa todo. En la
parada que hacemos para comer nos despedimos ya que nos hemos dividido
dependiendo del destino. La prueba de que todo ha ido bien entre nosotros y de
que el viaje nos ha dejado buen sabor de boca es que a la vez que nos
despedimos ya estamos fijando una fecha para quedar a comer en las próximas
semanas incluso alguno ya tiene una idea de cual podría ser el viaje del año
siguiente.
Nada más.
Esto es el final de esta crónica que escribo fundamentalmente para volver a
ella en meses o en años venideros, cuando el viaje se va difuminando en mi
cabeza y solo queden presentes algunas anécdotas que, no se con que criterio,
se habrán fijado en mi memoria. Pasa que, según pasa el tiempo, mezclo los
recuerdos y viajes, atribuyendo unos a otros sin pertenecer a ellos. Esto
también les pasa a mis amigos cuando durante el invierno charlamos sobre lo
vivido. Comentamos algo que creemos que
pasó este año cuando en realidad pasó hace dos. O tres. O incluso no recordamos
en cual de los viajes ocurrió. Me gusta releerlo de vez en cuando. Y revivirlo
tal cuál creo que fue. A la vez, al publicarlo en un blog también quiero que
trascienda a otros que pueda resultarles útil, destinatarios improbables
seguramente, porque esto de los blogs es como lanzar un mensaje en una botella
en el océano. Puede que llegue a alguien, pero probablemente no.
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